Almacigo
Compilado de poemas inéditos de Gabriela Mistral editado por la Corporación Patrimonio Cultural de Chile
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200 Almácigo v Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l v Recados 201
Rec a d o No c t u r n o
Ahora veo de lejos
la vieja piedra de mi casa:
piedra vertical, blanca y morada.
Ya no me cortan esas puertas
ni tengo siesta en el patio,
ni desgrano sus mazorcas,
ni hago el vino y los arropes.
Ya no me llaman los de esa casa
dulce y ácida como el espino,
ni me golpean amándome
y odiándome en igual soplo.
Desde aquí y de cualquier parte
miro la casa, palpo a la casa
las piedras, el humo, el bulto...
Toda la tengo palpada,
dicha, y rezada y cantada...
Tengo conmigo sus ángulos
violetas y su luz cruda,
el olor de lagar abierto
y el manojo de cedrón.
Bendigo sus alimentos
con mi alimento al mediodía
y en la noche de Noel
acompaño lo que ellos cantan,
rezo su golpeado rezo
y llorados tengo sus llantos.
Pero no les llevo mi cara
que hizo la misma leche,
ni la curva de mis espaldas
que hizo la misma colina,
ni el columpio de mis rodillas
que florecieron para sus hijos.
Me cansé de que me quisieran
y me odiaran con igual gesto,
de que echasen y me llamasen
y de que sus propios pastos
me lamiesen y magullasen.
Por el humo de su casa,
por el color de los follajes,
por el viento Suroeste,
sé cuándo ellos se levantan,
cuándo siembran, cuándo cosechan
y cuando su carne se duerme.
A veces por la dulce noche
voy a verlos, voy a contarlos
y a oírlos dormir. Voy, voy,
voy no solo con el ansia,
que voy con mi cuerpo entero.
Media noche yo los miro
y oigo sus muchos alientos.
Volteo y beso a sus hijos.
Ando por sus corredores.
Palpo los muros, digo sus nombres:
María, Juana, Alejandro.
Todo lo tomo, nada recojo
y me vuelvo como salí.
Solo que con más memoria,
más tiempo y más Eternidad.
Mi casa ya no es mi casa.
Pero a la de ellos voy siempre.
Cuando la noche es muy ciega.
Y no pregunto el camino.
Me lo sé al sol y a la luna.
Y no hay cosa que resuene
de mis pisadas nocturnas,
polvo, puente, cristal, hierro,
materia alguna, viento alguno,
ojeo alguno del cielo
ni calofrío de ráfaga.
No sabrán de qué me muero,
cuándo me muero, dónde me muero.
No les voy a hacer velar
las vigilias de mi agonía.
Tampoco juntar mis ojos
con el salmo de mi David
ni cargar mi carne fría.
4 Marzo 39