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Almacigo

Compilado de poemas inéditos de Gabriela Mistral editado por la Corporación Patrimonio Cultural de Chile

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164 Almácigo z Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l z Mujeres griegas 165

Cli t e m n e s t ra

Muj e r e s gr i e g a s II

Saben las bestezuelas por el aire

y las fuentes también por el gran grito

que Agamenón echó sobre la hoguera,

como pino, ciprés o vil mastuerzo

a la cordera que durmió en mis brazos

y mi leche mamó como el cervato

y, por mi leche, fue esbelta y ligera.

Vino el grito rasgado de la plebe,

cuando su espalda color de los mirtos

cayó a la llama y la tomó la llama.

y ella sigue aullando como una loba.

Veo, veo saltar las locas llamas

que en cabritos la atrapan y la bajan

o en lienzos retorcidos de humo y fuego

me esconden y me dan a la Cordera:

y en sus brazos de gaviota al vuelo

y sus hombros y el cuello de su gracia.

La plebe en hebra oscura pespuntea

toda la costa con la cara al viento

hipa y babea el nombre de sus dioses.

Pero yo aquí detrás de mis cerrojos

reniego a los dioses que arrebatan

y al Leopardo Real que engendra y mata.

Más que ellos estas puertas entienden

y los cuarenta siervos apiñados

y mi grito he de dar que lo oigan los dioses

si no son sus oídos conchas muertas

y no es su pecho escudo con escarcha.

Arde aun Ifigenia, arde con llama

pura volteando azules y dorados

y el Rey-Leopardo, todo consumado

ahora se vuelve al viento y los veleros.

Yo no te vuelva a ver, Rey de los hombres,

ni subas más las escaleras donde

en triángulo de luz juegan los niños.

No me traigas de Tebas al regreso

doce carros crujiendo de trofeos

ni llegues a arrastrarme de rodillas

hacia tus dioses que aúllan cobrando

con el belfo del lobo, carne de hijas.

La llama de Ifigenia ya se abaja,

ralea y lame sus propias cenizas.

Yo andaré sin saberlo mi camino

hacia el mar y apretando entre mis brazos

en pez encenizado, la hija mía,

ahora más ligera que sus trenzas,

y de esta brasa todos arderemos,

Agamenón, hasta el último día:

tus palacios, tus mirtos, tus palomas

con un Rey de hombres y una Reina loca.

Nosotras somos las de antes

para correr, para trepar,

vigilar y remar.

Aquí no temen los niños,

los viejos tampoco tiemblan

y las mujeres vamos con ellos

con los vivos y los muertos.

Como resucitan los muertos,

vamos juntos, todos con cuerpo,

saliendo de nuestras casas

y de nuestras sepulturas.

La tierra no quiere; el mar

no quiere; las peñas gritan,

los osos suben los riscos

y los lobos bajan al combate:

Grecia es pura carne, Grecia

ya no es golfos ni olivares.

Defendemos el puñado

de olivas, la uva de Corinto,

la miel silvestre de los cerros.

Los bailes de los nacimientos

y la danza de las bodas.

Por serranías que crujen

o de soles o de nieves,

corremos en arrebato

tejedores, calafates,

pescadores y cabreros.

No les daremos el agua

ni una mascada de hierba.

No coceremos su pan,

no les prestaremos lechos

ni dos tizones de fuego.

Bocado no tendrán, ni sueño

en la Península ardiendo.

No hemos de morir en tanto

que ellos manchen las rutas

y que nos toquen las Islas.

Nos llevamos a nosotros

y llevaremos a los muertos.

Vamos juntos y enlazados

saliendo de nuestras casas

o saltando de las tumbas,

abiertas como las vainas,

para que salgan los muertos,

y llevamos un solo nombre

y un rayo de muerte en la boca.

¡Ea, Grecia, ea, ea!

No pararemos hasta ver

su polvareda al Oeste,

el boa negro de los tanques

perderse como culebrilla

y los penachos de cacatúas

comidos del horizonte.

Del cordón de la frontera

los aventaremos, los lanzaremos

nosotros, los vientos griegos,

la maldición y las mareas.

Corred, remad y volad

vuelta la cara al Adriático.

Desde nuestros campamentos

solo os vemos las nucas

y los gallos voladores.

Nos quedamos en las quebradas,

alisando las hierbas,

a las peñas y a las bestias,

exorcizando las colmenas.

Y enterrando a nuestros muertos,

diez por cada griego, diez,

sepultando día y noche

al sol y a la luna y contando

ya sin voz y ya sin número.

Latinos, hijos del griego,

decid tartamudeando:

decid si podéis Ulises,

decid Píndaro, gritad.

Las cabreras de la Grecia,

las batidoras de cuajada

y zurcidoras de redes,

nosotras amamantamos

ayer a esos, hoy a estos,

latinos memoria quemada,

pueblo vuelto de revés,

que mamó de nuestros pechos.

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