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Almacigo

Compilado de poemas inéditos de Gabriela Mistral editado por la Corporación Patrimonio Cultural de Chile

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226 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Saudade 227

He an d a d o la Ti e r r a

La pe ñ a

Ori l l a s de l ma r sa l o b r e

He andado la Tierra, la Tierra,

talvez la andaré todavía.

Vine a verla o a encontrarla

y de andarla no estoy cansada.

Les dejo mi pies a los niños

que les cuenten mis viajes.

Cuenten todo lo que saben

y los hagan dormir con sueños.

Más lejos está mi peña,

está negra, está plateada.

Aunque la tarde va acabando,

luz queda, para buscarla.

Orillas del mar salobre

tengo ganas de llorar.

Me tengo yo mis patrias

de otro lado del mar.

Tenía que palparla toda

con las raíces de mis pies

y los brotes de mis hombros

que mandaron a caminarla.

Ah, tierras de higuera y viña,

el olor áspero de esa leche

y el de las uvas restregadas.

En mi alma hay leche de mi madre.

Entre mis dedos gotean leches de higueras.

Una higuera me cubre siempre,

matriarca y encenizada.

A veces parece ella sola,

a veces ella soy yo misma

media íntegra y desgarrada,

llena de ímpetu y de derrota.

Ay, me acuerdo de tan pocos rostros.

Mas me acuerdo de sierras y costas.

Me acuerdo en cuanto estoy sola

de esa tierra y de las otras,

de costa pura y salvaje

que me tapaba con líquenes

y me dejó esta empapadura

de agua amarga y de conchaperlas.

Junto los ojos, apuño el alma

y veo las dos mil islas.

No me duelen los pies errantes,

yodos y gomas los curtieron.

Son más fuertes que toda mi alma

estos pies largos y delgados

de india muda trotadora

que han seguido al alma mía

sin gemir ni devolverse

blancos, heroicos y mansos.

No pasé río sin bendecirlo

y no lo pasé por los vados.

Tomada el agua de mis dedos

se me hizo aliada, me miró

y nunca más quiso ahogarme.

Todos los ríos no saben lo mismo,

el más helado es el más santo

y el que no me echó su espuma,

me dejó el gesto más turbado.

El cielo será como un río,

pasará por mí eternamente,

me lavará siglos y siglos.

No te he olvidado, hombre de barca,

que pasabas a todas las gentes,

y al que pagaban con fruto,

con tabaco o brazada de cañas.

Me besaste al ponerme en la barca

Y mi padre te sonreía.

Hombros duros, habla perdida,

la barca luciendo de peces

y él callado como Jesucristo.

Qué me dirías solo mirándome

que yo todavía te veo

y que aun navego en tu barco!

Lleguemos al fin, lleguemos,

que si esto es morir, blanda es la muerte.

Decís que subimos mucho,

que de mi sed fui engañada.

Ella es lo único que me vale

y que existe, lo sé por mi alma.

Queda la tarde, queda la noche,

queda el aliento de mi garganta.

Decís que tengo poco aliento

pero es mi aliento esto que me canta.

Sigan conmigo o ya no sigan,

yo soy la carne que fue hondeada

del brazo santo de mi madre

y no vuelven piedras hondeadas.

Patria de la Cordillera

y del árbol del pan.

Patria del indio eterno

y patria del maizal.

Orillas del mar demente

tengo ganas de gritar

todos los bienes quedan

del otro lado del mar.

Están soles acérrimos

y lunas de metal,

está toda la vida

en su bien y en su mal.

Orillas del mar sordo

yo digo la verdad,

entre mares yo tengo

el extranjero mar.

Del otro lado tengo

el dormir y el soñar,

está toda la vida

y está la eternidad.

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