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Almacigo

Compilado de poemas inéditos de Gabriela Mistral editado por la Corporación Patrimonio Cultural de Chile

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190 Almácigo ❂ Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l ❂ Oficios 191

Jua n

La ma n o II

El lunes Juan fue carpintero

e hizo una caja de palo de olor;

el martes Juan se hizo herrero

y le puso chapa de metal;

miércoles Juan fue decorador

y pintó los frutos de la estación;

el jueves Juan fue vendedor de cajas,

y la vendió en la feria con pregón;

el viernes el hombre ya era emperador

y contó suyo lo que alumbra el sol.

Pero el sábado marchó a la guerra

y le dispararon contra el corazón;

y el domingo a Juan le llevan

la caja que gritó en pregón

y le ajustan la chapa que él claveteó

y su tapa adornan frutos de la estación.

Y ahora lunes comienza otro Juan

que empieza carpintero y acaba emperador.

1928

La mano del pobre minero

que yo sujeto en la mía,

salamandra fea y hermosa,

me cuenta y cuenta su herida.

Cortó los árboles de Arqueros,

espino y zarzas afligidas.

Tomó el cuerpo de una doncella

y después jugó con su hija

y la asustaba como una fiera

o una raíz, la mano viva...

Dice la mano con fiebre

que dejó los huertos un día

y saltando cerrro y cerro

se echó en un tajo de mina,

halló la red de unas manos

y se perdió con las perdidas...

Cuenta todos los metales,

combo y barreno que hielan

y se acuerda del mineral

que lo mordió como la víbora.

Yo le digo que no se acuerde

y haga dormir su ave herida,

digo a la granada rota

que se me duerma en las rodillas.

Pesa como un rollo de algas

o como el nido que hace hornero:

pesa de la mucha vida.

Yo no sabía que pesaba

tanto la carne que sufría.

Miro y miro mano de hombre.

La de mi padre así sería.

Otras tuve; se han deshecho

y ahora llegó esta mano herida,

estrella de mar cortada,

granada rota en una mina.

Los brazos ven con asombro

y sin creer su mano herida

y muestro a los cuatro muros

reina grande y desvalida.

Cuando golpeó a la puerta

y cayó sobre la silla,

en la casa blanca y cerrada

entró toda la serranía,

entraron los algarrobos

y el canto de los barrenos

y todo vino a mis rodillas.

No te agites, no te muevas,

mano vendada, neblina.

La sangre celosa, despierta

y ella otra vez manaría.

Estoy quieta más quieta que nunca

y esta quietud no me sabía

de que he sostenido frutos

y niños, no mano herida.

Pero esta que tiene fiebre,

aunque quieta desvaría.

Los dedos vivos repiten

la música de la mina

y yo le oigo y le oigo

combos duros, barretas finas.

Cuando tus dos brazos sean

otra vez velas marinas,

minero, tus manos veremos siempre

sobre esta mesa caída.

Correrá por los manteles

como medusa cogida,

caminará por los muros

bendiciendo la casa pía,

y como el halcón cansado

me caerás a las rodillas.

Pero ahora no te agites,

pobrecita mano herida.

Te volveré a tus mujeres

cuando tu venda no se tiña

y que brille entera, entera

en estrella y en margarita.

Daré a tu mujer el bálsamo,

el aceite y la flor de harina,

y el secreto de sal y de agua

que cura a la oveja herida.

Pero no daré la venda

empapada que traías

y las demás que saqué

cada hora y cada día,

con la forma de tu mano,

racimo majado en mina,

y las vueltas y los nudos

que sujetaron toda tu vida,

como se refrena el viento

o gacela que va huída.

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