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Almacigo

Compilado de poemas inéditos de Gabriela Mistral editado por la Corporación Patrimonio Cultural de Chile

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170 Almácigo g Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l a Naturaleza 171

Ent r e r a í c e s

Jac a r a n d á s

La hi g u e r a de le c h e I

Ando metida entre raíces,

en nudos, ojos y en hebras perdida.

En cuanto puedo dejo el aire,

la estación de sol y neblinas,

y bajo por vericuetos

y agujeros de la tierra herida.

Son feas como Plutón

las santas raíces torcidas,

raíces de pinos, de eucaliptus,

sean roji-negras, sean blanquecinas.

Vivo hace tiempo entre raíces,

más vivas que hombres, más vivas,

encuclillada entre una y otra,

vertical o extendida.

Me cansé de la luz y el aire

en que pasé toda la vida.

Se me rindieron los pobres ojos

de ver colores que iban y venían.

En topándome las raíces

yo no vi más que ceguera divina

y oí un silencio de negras estrellas,

estrellas con caída y en la mano frías.

Déjenme en donde me estoy.

Coman los míos, becerros,

bailen sus danzas, peleen su lucha.

Yo estoy de ochenta raíces cogida.

Parecen una cabellera

que será la del mundo o será la mía.

Pudieron quedarse en azules

niños, pueriles y felices,

los soltaron y los dejaron,

y con un sesgo imperceptible

se resbalaron al violeta,

por ser mancebos y mujeres

y cargar la remembranza,

la ojera del primer llanto,

la ternura dolorida,

el primer quiebro de la dicha

y el comienzo de la saudade.

Con azules tirados a lila

se nos parecen y aparean,

cielo bajado a nuestros pechos,

encaje nervioso de hojas

y florecidas de suspiros,

y ahora en el desliz capaces

también de llanto y muerte.

21 Junio 48

La higuera de leche es pesada,

se vuelve más fea y más hermosa,

Más oscura parece y más blanca,

según miren su espalda o su pecho.

Sus ramas grandes se rompen

como el pan, como el azúcar.

De todo se quiebra la higuera de leche.

La sombra se le ha doblado

y ninguna da más frescura

y más amparo, ceiba ni palma.

Pasando por el camino,

no se rían niños ni mozos,

de la extraña higuera de leche,

loca de leche,

majada de leche.

Cada hoja de ella es una palma

que se ofrece, te toma y te guía,

para ayudarte y acompañarte.

Los demás árboles son savia,

son trementina, goma o aceite.

Solo a ella le dieron leche.

Pasando el camino, párate a verla,

salúdala, tócale las ramas

y te venga a la boca el sabor

de la leche que mamaste

de la otra madre brazos de higuera.

Tenga lo que tenga al pecho,

niño torcido o niño hermoso,

bautizadito o sin nombre,

baja la frente, sonríe y dile

un primor o una alabanza.

Leche tiene ella en la frente,

leche en los nudos de sus rodillas.

No la golpeen tú ni el viento,

no la muerdan cabras ni vacas.

La leche suya no es lo suyo.

No le den susto que se la espante

ni penas que se la sequen.

Siéntense en torno de la higuera:

les vendrán las palabras de antes,

las que decían a los cinco años.

Seréis mozos o seréis niños,

reiréis sin razón, lloraréis sin razón,

bañados de pronto de leche

nuestros gestos y palabras.

Separados y juntos, rodeándola

pareceréis a las Pléyades,

a Casiopea y a las Osas,

quietos, pasmados, luminosos,

rociados de candor y leche

y mirando al centro sentada

la divina y humana higuera de leche.

Me acurruco entre sus manojos.

No tengo más voz, que yo tenía.

No tengo cara ni nombre.

Ahora en vano me llamaría.

Destrenzo nudos y nudos

como alguien que no acabaría.

Pero así callada y oscura,

¡qué noche me tengo, infinita!

Cuando pasaba al sol y al aire,

apenas las vi algún día

en pinos vueltos de revés

como grandes medusas o harpías.

Miraba desgano fresco y oscuro

y no me hundí con las que me querían.

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