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Almacigo

Compilado de poemas inéditos de Gabriela Mistral editado por la Corporación Patrimonio Cultural de Chile

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40 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l América 41

Mar c h a no c t u r n a

Mon t a ñ a y ma r II

Por la Pampa de milagros

rodando el anochecer,

los Padres nuestros caminan

sin que llame el somatén. (1)

San Martín con O’Higgins

pasan en Abel y Seth,

el quemado en los metales

y el abrasado en la mies.

Tan ligeros van pasando

como quien ni quiere ser

pero aunque vayan ligeros

hierven como el hidromiel.

Hierve la noche, y el Plata

hierve de quererlos ver;

los muertos, en su jarro

de arcilla, hierven también.

Cuando detienen la marcha

en lugar de dos se ve

un solo flanco que riega

y un agua bajando desde él.

Agua con ojos de Padre

que hace llorar al beber

y se bebe y más se bebe

a sorbos de vieja sed.

Toda la noche nos dejan

beber en el río fiel

y después solo vivimos

de esta noche sin saber.

Cuando retoman la marcha

se van dejando caer

por los quiebros de la noche

orugas de amanecer,

y bayas y prietas valvas

que echan luces de través

y caracoles volteados

a una mar que aun no se ve.

La costa se abre en granada

de rutas al comprender

y no detiene a sus Padres

con marejada ni olas de hiel.

Carne a carne, puerta a puerta

que vieron y ya no ven

otra vez ahora esperan

en la costa de la sed.

Vueltos a la noche y a dunas

esperan oír y ver

la remada y el despeño

de un petrel y de un petrel.

Suben rayados del alba

cuando el sol les da en la sien

y la tierra se nos queda

como tienda de Ismael.

Alejándose, alejándose

dejan como Rey y Rey;

la posada de una noche

ardiendo de su merced.

La Pampa niña y sabuesa,

viéndolos resplandecer

no los ataja ni pára

con vizcacha ni con mies.

La casa de ochenta puertas

obedece a su querer;

no los desvía ni ataja

con muro ni con ciprés.

Ninguno los vio venir,

ninguno desaparecer

y tejerse y destejerse

para tejerse otra vez.

Ahora vivo en la montaña,

a media cuesta, a medio cielo.

Una sombra morada me cae,

me hace lejana de todos

antes de que haya partido...

Unas neblinas cortan mi cuerpo

y se escurren por mis brazos.

Un ruido de aguas me cerca

como de pueblos que aman y burlan

y que me preguntan siempre.

Si subo más ya no hallo el plátano,

si me bajo no tengo fresas...

Donde estoy la naranja es miel,

el maíz se cimbra a mi puerta

y los días no tienen fecha.

No veo la espada del mar,

la veleidad de los barcos

y no me duelen las estaciones.

Solo me halla quien me ama

y me siga la huella braceando

los helechos que dejé rotos,

y no ha enderezado el viento...

Ya no hay aquí olor de horno,

de duelos ni de bautizos.

Hay no más que un solo mes

y un solo día y una hora

que arrebata y no devuelve.

Corten mis pies. No baje nunca.

Cuando el viento sople del Este,

cierren mi puerta hasta que pase.

No me dé la sal en la boca,

no la lama sobre los vidrios

ni la halle en mi pan a la noche.

Veinte años ha sido mi dueño,

el viejo mar Lear, el pobre loco,

el bucanero y el mendigo.

Me vuelvo a ir si lo oigo.

Pierdo mi abrigo,

juego la casa, tiro mi sueño.

Para sembrar, podar, dormir

es preciso que no más lo vea.

No lo suban en sus ojos

los que llegan. No me lo traigan

ni en caracolas ni en tonadas

y los niños nunca lo nombren.

Lo quise más que a nadie quise.

(1) somatén m. Institución catalana que consiste en la movilización general de vecinos de un

lugar para perseguir a los delincuentes que hayan atentado contra la paz pública. Originado

en la Edad Media, se institucionalizó durante el reinado de Jaime I. Suprimido por Felipe V

(1716), resurgió durante la guerra de la Independencia española (1808-1814). Colaboró en el

restablecimiento del orden en el campo a fines del s. XIX y principios del XX. Primo de Rivera

lo extendió a toda España (1923). Disuelto por la II República (1931), fue restablecido en

Cataluña (1936) y extendido a toda España (1945). En 1978 el Senado aprobó su disolución.

Llegué aquí para no verle

el lomo de llamas verdes,

y sus espejos afilados

que me cortaron la vida

me queman los pobres ojos

y no veo sino él cuando veo.

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