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Almacigo

Compilado de poemas inéditos de Gabriela Mistral editado por la Corporación Patrimonio Cultural de Chile

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102 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l La Guerra 103

Me vo y de la Ti e r r a du r a

Muj e r

Niñ o siciliano

Me voy de la Tierra dura

que ruge de los metales;

cortada de estampidos,

anda sorda de locos truenos

y amoratada de relámpagos.

Dan vuelta la Tierra dulce

las explosiones, los fosos.

Está rasgada,

anda roja donde era dorada,

ahora negra donde era parda.

Se mudaron todas las rondas:

los niños andan lejos.

En otras partes cortan las rosas,

cosechan las violetas.

Los hombres llevan ropas oscuras

color de bestia y de humo.

No voy a contar mis fábulas

ni a decir mi padecimiento

donde no andan ofendidos

la luz, el aire, los fresales,

donde no se oiga a mediodía

caer doblado y rebanado

el pobre cuerpo de los hombres,

que cae en los fosos y cae

en la mitad de mi alma.

Mi hijo no late esta noche

y no respira detrás del muro.

Mi hijo duerme bajo la noche,

pero la noche no es su madre,

que no le vale por mis ojos

y no hay viento mejor que mi hálito

para que él se despierte dichoso.

Anda mi hijo entre bocas de bronce.

Saca la cara de los relámpagos.

Va y viene entre olores ácidos,

sonando hierros y hurtando víboras,

y su trinchera le sostiene

con lodo y lodo los costados.

Todo lo trajo y pudrió

el sonámbulo sin noche,

el que no siega ni vendimia

y no ve dormir a su lado el hijo.

No tendría madre, dientes de leche.

No habrá jugado, no habrá cantado

y no habrá visto subir el sol,

prestado de Dios, puntual y divino.

(Guerra, vieja trotadora,

coyota de la media noche,

un cuadril vivo, el otro seco,

pasando viñas y villorrios).

Si me dais ruta, voy a buscarlo,

a hacerlo reír, o contarle el trigo,

a alabarle la mujer,

a decirle campos de fresas.

Búsquenle hierbas de sueño

por los campos provenzales;

cánsenlo rompiendo minas

o que tumbe pinos y pinos.

Cuando él duerma, dormiremos.

Pero sueño solo le da

El Judío que anda la noche

dando perdón y rocío.

El niño siciliano

nació niño y tinturero

entre dos bateas de tinte

o dos tanques remansados

de azul turquí y rojo siena.

El padre teñía, la madre estrujaba.

De un lado era el cielo, del otro la tierra.

Vive con ojos turquíes

y con la piel rojiquemada

por los baldes sanguinosos

y tendederos desenfrenados.

A todo cielo y medio pan,

medio alero y medio techo

ríe más que los niños de Francia

de Australia y de las Antillas.

En mis faldas yo te tuve

en revoltura de rizos

cuando mi dicha, cuando mi Italia.

Ahora se han caído tus torres

doradas, puentes y acueductos;

caería tu padre vara de encina,

moriría tu madre ojos de fuente.

La tinturería como tortuga

vuelta del revés, rota y desventrada,

dos patas azules, dos bermellones

no se conoce ni te conoce.

Los tanques del tinte se secan al viento.

Ríe todavía, contra todo, ríe,

ropitas de harnero, corvas pintadas,

niño-duende del Cielo, sazón de la Tierra,

sentado sobre tizones

preguntando con todo tu cuerpo.

El cielo es el mismo, el mar está entero.

Toda la casa eran dos huecos

negros y el patio pinturería,

cuando mamabas, cuando crecías,

lo mismo que el mundo hervías

y gritabas de colores.

En mis brazos yo te volteaba,

esmalte de Capella Reale

íntegro, duro, corto y dorado.

Niño mío, pasó la guerra

la de los otros, no la tuya,

la de Musso, y zambra de Edda

el calambre de los aviones.

Tenías bateas, lanas

embadurnadas, tu torre y tu madre,

y el casi nada, casi era todo.

Las artesas quedaron abiertas

vuélvelas a teñir, como Dios Padre,

con tus dos manos sollamadas

y tu lomo descalabrado.

Espera el barco y los zumos

el cobalto, el añil, el cinabrio

Sigue cantando tu madre

en una banda de tu aire

y Mestre te da en el sueño

la receta y el juego de los tintes.

Cayó todo y ardió todo

menos tu cuerpo y tu risa

en el cogollo

siciliana y ensortijada,

flor de mi vista

que me endulza a mitad del llanto.

No te me acabes, no te me pierdas,

cosa mejor que Ghirlandaio,

fruta sin muerte, pámpano de oro.

Todavía estruja la lana

pintureada de mi vestido,

dame en tu lengua todas las cosas

para que sean recién nacidas

juegue contigo como jugaba

y se acabará tu muerte y mi muerte.

Vamos haciendo ruta,

tú y yo, mi Señor Jesucristo,

pasando dos mil centinelas

y cuarenta muros hasta su puerta.

A hacerlo dormir

y a hacer de nuevo su sangre.

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