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Almacigo

Compilado de poemas inéditos de Gabriela Mistral editado por la Corporación Patrimonio Cultural de Chile

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150 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Materias 151

Azu c e n a

Cos a s

Cue r d a s II

Azucena no escuchada en el vacío,

virgen sola y sin espada,

esbelta y la copa en alto,

como si solicitada.

Blanca, blanca y con una piel

de oro que juntó para dádiva.

Por el si-es-no-es de su dorado

no da la copa no bajada

y entre las que se cimbrean

es la menos, la menos cimbreada.

Una sola en el plantío,

y de sola como quedada.

El aire que corre la huerta

nunca le presta su palabra.

La azucena no es la rosa

que hierve de pétalos y algarada.

En su cáliz se sumen los sonidos,

el zumbar de la abeja allí se apaga.

Cocida de sol alácrito,

consumida y consumada,

las altas manos caídas

por la merced entregada;

y el Dueño que la recoge

rostro no deja ni pisada.

Pasando yo digo a las otras

la azucena con pizca dorada,

pero no le vale, no,

palabra ajena que al Dueño llama.

Ocurrencia de azucena

que el cuello duro nunca baja

y sigue en la noche ciega

velando y velando dádiva

al Dueño que se retarda.

La vista de la copa abierta,

dueña de agua, dueña de vino,

me duele, desnuda y vacía,

me aprieta el pecho si la miro.

Busco la leche y se la vierto.

No la alegra y le doy el vino.

No es feliz y le llevo el agua

y llena de luces da un gran suspiro.

Una muñeca de mi niñez

me pusieron sobre la falda,

una muñeca verde y azul,

medio deshecha en crin y lana.

La palpé cerrando los ojos,

la apreté buscando ¡cuitada!

el olor de mi madre

y una siesta color de retama,

mi jugarreta que la partió

y mi miedo lleno de lágrimas.

Las cuerdas de mescal

en la proa destrenzan.

Por encima de mí

silbando vuelan.

Y suben plateadas

y caen como ebrias.

En llegando a la costa

todo es volar de cuerdas

y yo expurgo sus pizcas

de toronja y de menta.

Mi viaje hubiera hecho

¡ay, me hubiera venido!

juega que juega con ellas

las manchadas, las rubias,

las viejas, las frescas.

Lavemos, marineros,

las lindas cuerdas

o ellas se frotarán

igual que las culebras.

en bajando a la cala

después de su fiesta.

Van a saltar las grúas

y a cargar toda la siesta

las naranjas, los carozos

y las bananas guayaquileñas.

Cuerdas lacias y duras,

un día vivas; diez muertas.

Bajan en azogues

Los indios por las cuerdas

y vuelven a subir

como en nudos de yedra.

Toda huele la proa

a sudor y a cortezas.

No carguen más; dejen

subir las cuerdas:

otra vez se enrosquen

y vuelvan a ser muertas.

Riendo me allego

al rollo por verlas.

Todas están mascadas

como frenos y riendas

aunque no lacearon

ni árboles ni bestias.

Quedan como bacantes

manchadas y revueltas,

todavía exhalando

sudores y especias.

Blancas, tiernas y enjutas

ahora déjenmelas,

déjenme las doscientas

brazadas de cuerdas.

Volteadas de mis manos

ahora todas cuentan:

de la sagrada sangre

de Cristo se acuerdan.

La noche va a ser larga

dura y prieta de niebla.

En montón estaremos

en la proa y en velas,

húmedas y ahogadas

la mujer y las cuerdas,

cosas vivas y muertas.

Navego hace cien años

con puertos de la tierra

guardada en el viento

por cuerdas de salmuera

y ha probado mi cuerpo

mares, hierros y cuerdas.

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