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Almacigo

Compilado de poemas inéditos de Gabriela Mistral editado por la Corporación Patrimonio Cultural de Chile

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198 Almácigo v Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l v Recados 199

Pad r e Go e t h e II

Aprendiste oyéndome todos los caminos,

entiendes ahora Kavilas, gitanos,

y hay en tu nación de Gala Plácida

conmiseración por Agar que marcha.

Por extranjerías de lava y cascajos

que no son tu tierra de pulpa pisada

pidiendo su agua, mentando su techo

en lenguas sin sol y sin leche blanca,

llegando a creer que no tiene tierra

suya sino tierras grises y prestadas,

y a veces sabiendo que allá donde se acabase

el Trópico, al Sur está en montaña,

y donde se acaba el Trópico al Norte,

su Isla mecida de mar y acunada

de palmas y guarumo, de cafeto y palmas.

Mas sobre la mesa rica de 20 semblantes

y en la noche de tertulia cerrada,

te falta una cara de niño y de vieja,

Peter Pan, Sibila de Cumas y Atlanta.

Tu vientre no tuvo su desgarrón sacro

pero tienes viejos, niños y muchachas

como para que nos puebles un valle

por la caridad que es la otra entraña.

Y sientes la tierra mejor que la hija

que nunca tuviste, y le oyes las palmas

mejor que tus nietos, y en la siesta cuando

se funde y te funde, se abraza y te abraza

el nacido se agita entre nosotros,

de horas, de siete horas,

rosado de él y de la luz dorados

como el cabrito y como el venadillo,

nuevo, asustado

y la madre lo mira y yo lo miro

bien locas de esperanza y de milagros:

por cierta vez fuera verdad nacer

de veras nuevo de mujer con llanto.

Ponle la mano tú, mi campesina

sobre él, la mano de trigo y de pastos

y dale a Ceres la primera, dale

a la madre que es tuya y de tu gente

y yo le soplaré cual la serpiente

de Apolo y de Casandra el aire cálido

que da la calentura hasta la muerte

y que pincha el pecho de Espíritu Santo.

Me lo echó a mí otra hembra de la tierra

con mano de raíz y con olor de hato

digamos junto aquello que pensamos

sin tener la vergüenza de...

Padre Goethe que estás sobre tus cielos

acribillados de rojas potencias,

entre los Tronos y Dominaciones,

y duermes y vigilas con los ojos

en las cascadas de otra luz rasgados,

y vas y vienes entre los dos mundos

más leve ahora que tu aliento terrestre;

bien liberado estás, pero retienes,

tu vínculo y convenio con nosotros.

Fábula nos parece que estuviste

bebedor de los ríos, peatón de la Tierra,

y más mentira, más, que te tuvimos

en cerco de hombres, manifiesto en carne.

Padre Goethe, que duermes y vigilas

con tus ojos rasgados de luz ancha,

hijo de Roma, e hijo de Germania,

contigo somos hoy, contigo estamos.

En hora de sol lacio y lunas rotas,

y el Orión y la Andrómeda en pedazos,

de planeta volcado y epiléptico,

tu nombre silabeamos desvariados

parecidos a renos entre llamas

y a bisontes cogidos del espanto,

y por el trance del año y del día

nos miras a tu sombra acurrucados.

Si te dejan doblarte o abajarte,

parte el cerco y la Ley, y da los brazos,

aunque te ha de costar reconocernos

a pesar de la luz que corre en hatos

porque a tu sol expuestos y confesos

nos miras hoy en tendal de rebaños

sucios de sangre, de babas y llantos.

Solo esta voz que te damos parece humana,

nos declara grey en vez del hato.

Pero vuélvete a nosotros, abájate,

entendedor de conchas y corales

y escuchador del vagido del árbol.

Como que todo esto lo recuerdas

y que lo nombras en los Coros altos

y se te abrasan tus marcas de hombre.

Ensayamos el hierro y el magneto,

y llegamos al átomo de infierno;

todo probamos menos tu substancia

y tus nupcias del Cielo con la Tierra.

Talvez ya entraste en el mayor Olvido

o el holgar del esclavo liberto,

talvez ni en la forma nos conoces

en el tendal de dorsos y de micas

encorvadas de noche y de vergüenza.

Pero, abájate de tu horno encendido,

y tu alto muro dentado de fuego

por la gracia del día y la del año

el ímpetu de amor

que nos cubre en rocío de praderas.

Procura distinguir, Padre, tu prole,

sedientos de la Paz y combatientes

manchadores del Verbo y sus amantes

y balbuceando, mascullando a trechos

miembros tiznados de viejas palabras:

“Género humano,” “Redención,” “Futuro.”

En cada noche de puño ahogado

buscamos a tu sombra cobijarnos,

todos queriendo forzar tu descenso

o lograrte una brizna de memoria.

Como que nos recuerdas todavía

y que te vuelves al nombre de “Patria,”

de “Tierra,” de “Demeter” y de “Ghea.”

Todo el amor que nos tuviste, rompe

a llorar como niño trascordado,

rebanador de nieblas, memorioso

que mamó la leche y chupó la miel,

quebró las conchas y arañó metales.

Parece que nos oyes y te cruzan

por los espejos del segundo cuerpo glorioso,

el culebreo y el haz de las rutas sabidas

y que te punzan los nombres perdidos

y que te suben islas sumergidas,

Germania, Europa y otra vez Germania.

Un tumbo de olas se viene y tus vistas

hacen el sesgo hacia el Mar del Norte.

Aunque te escapes del cielo ganado

y tu piedad sea escándalo arriba,

suelta tu dicha y sacúdete el pasmo.

Acepta, abaja, más éntrate loco,

sigue y rebota y cae a las materias,

por puntas de granito y de metal.

Rebota y cae al cuerpo del planeta

y mira al arribar cómo nos hallas

ensayando una brizna del Infierno

en bizca operación de medianoche,

quiebra ruedas y los émbolos quiebra

y que nos queme tu propia vergüenza

y tu rubor abrase nuestras caras.

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