102 j. Fo r n é Fa r r e r e s Esas cogidas enormes en que un mozo queda <strong>de</strong>strozado, agujereado, hecho un ovillo, exangüe, con <strong>la</strong>s manos en el vientre, encogido; esas cogidas al anochecer, acaso con un cielo lívido, ceniciento, tormentoso, que pone sobre <strong>la</strong> l<strong>la</strong>nura catel<strong>la</strong>na, sobre el caserío mísero <strong>de</strong> tobas y pedruscos una luz siniestra, <strong>de</strong>sgarradoramente trágica… Después, ya no esperéis buenas ni ma<strong>la</strong>s tar<strong>de</strong>s. La suerte <strong>de</strong> <strong>la</strong> coreografía taurina, siempre <strong>la</strong> misma, no <strong>la</strong> busquéis en el tronar <strong>de</strong> un buen par <strong>de</strong> ban<strong>de</strong>ril<strong>la</strong>s. Veréis, eso sí, los pies ligeros, <strong>la</strong>s piernas rápidas, persiguiendo bur<strong>la</strong>dores abiertos. No exijáis tampoco gran<strong>de</strong>s pasos ceñidos, éstos en los que <strong>la</strong> piel se cose temerariamente con el uñazo mortal <strong>de</strong> los Miura y Veragua. No esperéis el salto <strong>de</strong> espadas por los aires, atravesando pechos <strong>de</strong> cocolos y confundiendo sangres con el coágulo herido <strong>de</strong> <strong>la</strong> res. Ni pidáis caballos para ser <strong>de</strong>spanzurrados en los manchones <strong>de</strong> césped. Nada <strong>de</strong> esto se os dará. Por una so<strong>la</strong> vez, en un supremo esfuerzo <strong>de</strong> valores, <strong>la</strong>s muletas imprimen en el perfil <strong>de</strong> estos hombres <strong>de</strong> los cañaverales, zapateros <strong>de</strong> escaleril<strong>la</strong> y <strong>de</strong>socupados, posiciones exactas, temerarias, en <strong>la</strong>s que se barrunta un héroe <strong>de</strong> nove<strong>la</strong> taurina. Entonces con una «mariposa» insuperable el presunto matador se gana <strong>la</strong> oreja o <strong>la</strong> rechif<strong>la</strong>: consigue <strong>la</strong> ovación más cerrada o el broncazo más tupido <strong>de</strong> <strong>la</strong> multitud. Terminada <strong>la</strong> fiesta, aquel público –sangre trajinada por el trópico– se tranquilizará nuevamente con una indolencia cansina. No serán ellos los que pidan treinta años <strong>de</strong> indulgencia plenaria para estos viejos Carachos, <strong>de</strong> Gómez <strong>de</strong> <strong>la</strong> Serna. Ni <strong>la</strong>s informaciones cablegráficas dibujarán titanes nacionales y heroísmos <strong>de</strong> capa y cuerno. Ni los «<strong>la</strong>nces» <strong>de</strong> marquesas –sa<strong>la</strong>ndo ventanales– llenarán vanguardias o folletines absurdos o lo <strong>de</strong>l Val. Ni necrologías bril<strong>la</strong>ntes harán sa<strong>la</strong>r en pedazos corazones <strong>de</strong> niñas, <strong>de</strong> ojos moruchos. El trabajo, al próximo día, seguirá su curso como si nada, o casi nada, hubiese ocurrido muy cerca <strong>de</strong> <strong>la</strong>s trochas en fiesta…
G Ü I B I A nocturnal en el trópico – 103 –