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Descargar - Archivo General de la Nación

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86 j. Fo r n é Fa r r e r e s<br />

representan una valiosa e imprescindible propiedad. Las yuntas<br />

<strong>de</strong> bueyes, antiguamente, marcaban el barómetro <strong>de</strong> riqueza <strong>de</strong><br />

<strong>la</strong>s colonias en plena formación y <strong>de</strong>sarrollo. Y hoy mismo no se<br />

concibe <strong>la</strong> vida <strong>de</strong> <strong>la</strong>s gran<strong>de</strong>s Compañías sin bueyes. Siempre ha<br />

resultado más difícil conseguir un buey que haitianos, estos braceros<br />

canijos que arriendan sus músculos por unos “cheles” para<br />

cortar durante el día cuatro y hasta cinco tone<strong>la</strong>das <strong>de</strong> caña.<br />

—¿…?<br />

—El trabajo en los cortes sólo dura cuatro o cinco meses.<br />

Después, estas bandadas <strong>de</strong> haitianos arrastran una vida miserable.<br />

Cuando el “tiempo muerto” se viene encima, sombrío como<br />

un cementerio, negro como una aguaza enturbiada por <strong>la</strong> vorágine,<br />

muchos <strong>de</strong> ellos se ven obligados a regresar a Haití para<br />

trabajar <strong>de</strong> nuevo en <strong>la</strong>s caballerizas o en <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>ntaciones <strong>de</strong><br />

café. A cambio <strong>de</strong> tanta sangre absorbida, <strong>de</strong> tanta caña cortada,<br />

el trabajo les da muy poco. Los menguados ahorros <strong>de</strong> <strong>la</strong> zafra<br />

no les permiten pasar unas vacaciones. Esta gente sólo <strong>de</strong>scansa<br />

cuando revienta, ap<strong>la</strong>stados por un carril, por los retortijones <strong>de</strong><br />

sangre podrida o por <strong>la</strong> tuberculosis y <strong>la</strong> gangrena. Algunos haitianos<br />

prefieren quedarse en el campo, don<strong>de</strong> gastan sus menguados<br />

ahorros, entre bazofia y legalización <strong>de</strong> papeles, como<br />

extranjeros. Otros pasean su miseria por el batey chapeando o<br />

verificando los trabajos más <strong>de</strong>gradados.<br />

¿Acaso no es un simu<strong>la</strong>cro <strong>de</strong> vida lo que conlleva esta gente?<br />

¡Y sin los bueyes y los haitianos, <strong>la</strong> zafra no podría ser llevada<br />

a<strong>de</strong><strong>la</strong>nte!… ¡La zafra sería un fracaso absoluto!<br />

Hemos llegado al camino real. Las herraduras <strong>de</strong> los caballos<br />

chacolotean en los pedruscos <strong>de</strong> <strong>la</strong> carretera que une el cerebro<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong> República con todos los pueblos <strong>de</strong>l Este y provincia <strong>de</strong><br />

Samaná. La maciza fábrica <strong>de</strong>l Ingenio, grisácea, metálica, se<br />

<strong>de</strong>staca en el horizonte como un manchón <strong>de</strong> obraje viejo. Antes<br />

<strong>de</strong> llegar a <strong>la</strong> factoría un galopín, pitarroso aún, ha apartado a<br />

un <strong>la</strong>do <strong>de</strong>l camino nuestros a<strong>la</strong>zanes. Bajo <strong>la</strong> fronda carnosa <strong>de</strong><br />

un almendro hemos secado los rostros hirsutos, ajados por <strong>la</strong><br />

distancia, el polvo y el sol.<br />

—¿Cómo van esos ánimos, don José?

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