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Informe 12-13. Murcia - Foro Ignacio Ellacuría

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Por otra parte, muchos de estos estudios se desarrollan en unas condiciones de<br />

laboratorio totalmente ajenas al consumo mediático normal, por lo que suelen generar<br />

respuestas anormales.<br />

Lo que mide una parte significativa de esos experimentos es una excitación general<br />

y, por tanto, también de la agresividad. La excitación general puede incitar a la<br />

violencia real a alguien que ya es propenso a ella, pero no crearla de la nada.<br />

El estudio histórico de la relación entre violencia mediática y los índices de delincuencia<br />

tampoco avala la tesis de los “efectos”. A finales de los años 60, alarmados<br />

por la violencia real de la guerra de Vietnam y los altos índices de criminalidad e<br />

inspirados por las ideas pacifistas, los norteamericanos casi “podaron” todos los<br />

contenidos violentos del entretenimiento y la cultura lúdica infantil. Sin embargo, los<br />

índices de delincuencia siguieron creciendo durante esos años al tiempo que esos<br />

chicos se hacían adolescentes. Por el contrario, los niños de los ochenta (adolescentes<br />

en los noventa) crecieron rodeados de series de acción, videojuegos y juguetes<br />

de combate, y los índices de violencia real cayeron en picado. Como señala el autor,<br />

ni Los Pitufos fueron responsables de la ola de criminalidad de los ochenta ni las<br />

tortugas Ninja de su bajada una década después.<br />

De hecho, la correlación entre índices de criminalidad y la intensidad de la violencia<br />

mediática es la contraria de lo que solemos creer. Los periodos más sangrientos<br />

de la industria del entretenimiento son siempre posteriores a un episodio o una<br />

etapa de violencia real que se convierte en tema predominante de las noticias (recordemos<br />

que el autor habla siempre de violencia ficcional; su reflexión no es extensible<br />

a la violencia real presente en los medios. Para esta segunda Jones habla de violencia<br />

espectacularizada, y señala que tiene el poder de hacernos creer que el mundo es<br />

peor de lo que es, justo lo contrario que la otra). Cuando la preocupación por la violencia<br />

real decrece también lo hace el interés por los contenidos ficcionales violentos.<br />

Es la violencia real la que produce los efectos que achacamos a la ficción y la<br />

fantasía puede ofrecer un antídoto, ayudar a que las personas tengan control sobre<br />

sus temores y aborden los aspectos más espeluznantes de su vida con una actitud<br />

más realista (salvo casos de jóvenes con conflictos demasiado graves y que sólo<br />

dispongan de esta ayuda para solucionarlos).<br />

Otra cuestión diferente es que, al desterrar la violencia fantástica de la educación<br />

y la cultura infantil, los pequeños se han quedado sin ninguna fuente de violencia<br />

diferente de la del entretenimiento comercial, y éste la ha aprovechado para hacer<br />

negocio (de todos modos Jones ni se detiene mucho en este aspecto ni le parece<br />

especialmente preocupante).<br />

Para Jones, nos estamos haciendo preguntas inadecuadas que deberíamos sustituir<br />

por estas otras: ¿Por qué a tantos niños sanos y tranquilos les encantan las historias<br />

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