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Informe 12-13. Murcia - Foro Ignacio Ellacuría

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llevar a cabo un análisis en profundidad de los acontecimientos que se nos presentan;<br />

el predominio de la imagen, que potencia lo dramático y lo espectacular; la ausencia<br />

de filtros para contrastar, fruto de la inmediatez, de la consideración de la noticia<br />

como una mercancía que pierde valor si no es primicia y de la disolución de los<br />

límites entre el profesional riguroso y el aficionado que graba una imagen con el móvil<br />

y la cuelga en Internet. Una de las características estructurales de lo mediático con<br />

mayor influencia sobre el tratamiento de la violencia es el “efecto mosaico” de las<br />

programaciones (no sólo televisivas). La parrilla tiene un poder homogeneizador y<br />

naturalizador. En el espacio de un par de horas podemos pasar de un terremoto a la<br />

discusión sobre un divorcio entre famosos sin apreciar un cambio de clave. Información<br />

y entretenimiento, violencia y solidaridad, ficción y realidad se hacen así indistinguibles<br />

(incluso la publicidad, entreverada en el contenido de los programas y<br />

series o anulada la distinción entre ella y el programa introduciéndola de golpe sin<br />

cortinilla separadora). El tipo de código queda desdibujado y el espectador se acostumbra<br />

a una sopa homogénea que permite que se muestre todo sin provocar ningún<br />

efecto, porque la sangre de los informativos tiene el mismo estatus de realidad que<br />

la de la serie que viene a continuación.<br />

Compartimos en líneas generales la tesis del libro de Jones de que la violencia de<br />

ficción cumple un papel en la canalización de la agresividad. Sin embargo, nos preocupan<br />

algunas cuestiones que este autor no ve como problema o simplemente las<br />

trata de forma tangencial. En primer lugar está el hecho de que los medios se han<br />

convertido en uno de los máximos referentes en la construcción de la realidad social,<br />

tomando un papel preponderante frente a instituciones tradicionales como la familia,<br />

la escuela e incluso las iglesias. Cada vez más, la realidad mediática se impone como<br />

“la realidad”, sin nada ni nadie que la desdiga. No hay voces de contraste. Si a eso<br />

le sumamos el cada vez mayor peso del capitalismo en la construcción de la cultura<br />

mediática (y lo rentable que resulta la violencia en el sostenimiento de este sistema)<br />

nos encontramos ante un escenario altamente preocupante. Que un chaval pegue<br />

unos cuantos tiros en un video juego por sí solo no es un hecho que deba inquietarnos,<br />

pero que ese chaval no tenga otras alternativas de ocio ni otros modelos<br />

sociales de referencia sí que debería hacernos pensar.<br />

Excesiva exposición, carencia de alternativas y referentes y, ante todo, una sociedad<br />

algo diferente de aquella en la que Jones creció. Y es que no es lo mismo experimentar<br />

con los límites (un valor que Jones reconoce a la violencia ficcional) cuando<br />

existe un orden moral susceptible de ser acatado o transgredido que cuando los<br />

límites no existen o están difusos. En este segundo caso ¿qué puede ocurrir cuando<br />

las fantasías de omnipotencia de la ficción se ven constantemente frustradas en la<br />

realidad? ¿Qué pasa cuando uno sólo puede ser alguien dentro de un universo<br />

mediático, mientras que el sistema lo condena a ser nadie en su vida real? ¿Es este<br />

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