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Informe 12-13. Murcia - Foro Ignacio Ellacuría

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encierro en una geometría variable, múltiple, participativa. Asistimos en el capitalismo<br />

actual a un intento de acosar la indefinición común de todos por todos lo medios,<br />

con una pretensión totalizadora sin precedentes. El mercado dicta el haz de<br />

órdenes ideales para un ser humano blindado en el más inflexible solipsismo. El<br />

referente indiscutible es el individuo encerrado en su privacidad competitiva, al que<br />

sólo queda después estimular en su privacidad competitiva, al que sólo queda después<br />

estimular en su ocio, poniéndolo en comunicación interactiva. Bajo la celebración<br />

multiculturalista de la diversidad de estilos de vida permanece lo Uno subyacente,<br />

la indiferencia monoteísta del mercado. La anulación radical de la diferencia,<br />

de la brecha del antagonismo, sirve como recipiente de la multitud consumista. El<br />

pluralismo es nuestra jaula dorada. El consumo levanta contra la singularidad sin<br />

equivalencia un genial esencialismo, un continuum que cubre lúdicamente las vidas,<br />

sedando su malestar al minuto y haciendo así inservibles las viejas armas de la<br />

crítica.<br />

La infinita diversidad de la cultura del consumo ofrece la misma seguridad que<br />

cualquier otra civilización frente al exterior desconocido. Sólo que ahora esa seguridad<br />

se ejerce con un poder que sale al encuentro de cada partícula de existencia,<br />

colonizándola al minuto con frescas oleadas de artículos, desde ropa hasta aviones.<br />

El consumismo encauza la indeterminación de las vidas en una sucesión de aseguradas<br />

entidades brillantes. Con su cantinela, con el grito incesante de un descubrimiento<br />

en apariencia único, eleva para cada instante una imagen publicitaria, al modo de<br />

un duplicado fantasmal de lo vivido. Para época de laicas pretensiones racionales,<br />

la publicidad constituye un credo de salvación a través de un cielo alboreante de<br />

ofertas. El consumo es el Progreso que ha logrado ocultar la meta única e ingenua del<br />

siglo XIX, pero mantiene en esencia la lógica de un avance lineal que, acelerado en<br />

metas que se relevan constantemente, nos salva del estupor de la existencia. El<br />

estruendo consumista debe acallar el parpadeo de lo inconsumible, impedir que el<br />

infinito en acto que es la vida llegue a la palabra, al sentido. A través del gasto y<br />

reposición vivimos un sucedáneo de cualidad, la ilusión de un nuevo esencialismo<br />

rotativo, sin Esencia suprema, que nos rescata de la desazón de una vida simplemente<br />

mortal.<br />

La pista de despegue consumista, sin necesidad de ir hacia ningún lado (manteniendo<br />

más bien el no-lugar del recambio sin fin, una incansable esquiva de lo que<br />

podría ser un destino debe transcurrir sin memoria y sin pasado, sin reflexión ni<br />

duda, sin nada extático que recuerde al espectro de lo real. Correr sin parar es la condición<br />

de no tener destino. Para que la gente consuma es preciso que antes abandone<br />

la existencia local, la residencia de la singularidad y el espíritu de la geografía.<br />

Aparentemente, en el consumo se supera la homogeneidad de otras épocas para reinventar<br />

el pluralismo, descubrir la heterogeneidad de las vidas. En realidad, es justo<br />

lo contrario: se consume heterogeneidad externa, supuestamente encerrada en la<br />

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