Informe 12-13. Murcia - Foro Ignacio Ellacuría
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zonte de transformación real de nuestras sociedades: sólo importa el negocio que se<br />
deriva de la preservación del capitalismo realmente existente, sin que se abra camino<br />
preocupación alguna por la secuelas de éste en el medio y en largo plazo. En este<br />
sentido, ni siquiera las energías renovables deben funcionalizarse para una economía<br />
de expansión ilimitada. Estas sólo son realmente alternativas, si se acompañan de una<br />
notable reducción en los niveles de producción y de consumo.<br />
Es extremadamente difícil predecir el futuro ante tantas incógnitas como las que<br />
se derivan de una inevitable relación entre globalización, cambio climático, crisis<br />
energética y sobrepoblación. De ahí la importancia de atender a un concepto clave<br />
para una política económica de decrecimiento, el de huella ecológica. Ella mide la<br />
superficie, terrestre como marítima, necesaria para mantener en su nivel presente las<br />
actividades humanas. En la Tierra disponemos de 51.000 millones de hectáreas, de<br />
las cuales <strong>12</strong>.000 millones son bioproductivas (1,8 hectáreas por persona). El espacio<br />
bioproductivo consumido hoy por habitante del planeta es de 2,2 hectáreas. Desde<br />
el siglo XVIII no hacemos más que acrecentar nuestra deuda ecológica, y además lo<br />
hacemos de modo muy desigual. La huella ecológica igualó la biocapacidad del<br />
planeta en torno a 1980, y se ha triplicado entre 1960 y 2003. En el caso de que los<br />
niveles de consumo y de generación de basura fueran, en todo el globo, los de los<br />
norteamericanos serían necesarios cuatro o cinco planetas Tierra.<br />
Frente al discurso dominante que ha convertido el crecimiento en la panacea<br />
frente a todos los males, hay motivos sólidos para afirmar que éste genera agresiones<br />
medioambientales acaso irreversibles, provoca el agotamiento de recursos escasos<br />
que no van a estar a disposición de las generaciones venideras y no facilita la cohesión<br />
social, o al menos no siempre. Es más, el crecimiento propicia el asentamiento<br />
de un modo de vida esclavo que hace pensar que cuantas más horas se trabaje, más<br />
dinero se gane y, sobre todo, más se consiga consumir, mayor será la felicidad. Esto<br />
ha sido exitosamente enmascarado por el concepto de desarrollo, que ha hecho<br />
olvidar términos como acumulación del capital, explotación de la fuerza de trabajo,<br />
imperialismo o dominación planetaria, pero en realidad está impregnado de todos<br />
los rasgos propios del crecimiento. La economía oficial nunca ha cuestionado los<br />
conceptos de crecimiento, desarrollo, competitividad y productividad, por eso se ha<br />
apoyado en indicadores ciegos para las contradicciones que se esconden tras ellos.<br />
Las magnitudes macroeconómicas no se interesan por las actividades que realmente<br />
acrecientan el bienestar, aunque no impliquen producción y gasto. Tampoco les preocupa<br />
el tiempo libre. Sin embargo, de la misma manera que debemos acabar con<br />
el trabajo asalariado, tenemos que hacer otro tanto con el consumo: no basta con<br />
defender un consumo distinto y responsable, un alterconsumo, sino que es menester<br />
convertirnos en no-consumidores. Esto no resulta fácil, pues el sistema capitalista<br />
cuenta con la publicidad, el sistema crediticio y la caducidad programada de los pro-<br />
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