Informe 12-13. Murcia - Foro Ignacio Ellacuría
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invitados a rebelarse o a “pasar” de la autoridad mediante el acto más integrador que<br />
puede haber en nuestras sociedades, el consumo, es decir, se llama a los jóvenes a<br />
despreciar aquello en lo que se convierten. En nombre de la sagrada libertad de<br />
expresión, exponemos a nuestros hijos a mensajes mucho más destructivos que una<br />
película de “tiros y puñaladas”. ¿Deberíamos plantearnos colectivamente algún tipo<br />
de limitación aunque se nos tilde de retrógrados o ésta debería depender exclusivamente<br />
de la responsabilidad de las familias?<br />
Este miedo a identificarnos con lo tradicional ha tenido otra consecuencia nefasta.<br />
Durante años, la izquierda ha hecho dejación de la familia, dejando que la derecha<br />
se apropie de algo más que del término, como hemos podido ver en estos últimos<br />
tiempos. Renegando de la autoridad tradicional, los padres “progres” han olvidado<br />
que el sustituto de ella no podía ser la nada y que la revolución también había que<br />
hacerla dentro. En algunas ocasiones se optó directamente por la huida del campamento<br />
y en otras por sustituir el autoritarismo por un igualitarismo imposible entre<br />
personas con edades y procesos vitales diferentes, unos con unas normas rotas y<br />
otros con unas normas por adquirir, interiorizar y posteriormente debatir. Pero los<br />
progenitores que optaron por el tradicionalismo, encarnado en los partidos conservadores<br />
y la jerarquía católica, tampoco han salido mejor parados. La Iglesia lleva años<br />
defendiendo de forma más o menos explícita una vuelta a la alianza entre capitalismo<br />
y valores tradicionales, sin darse cuenta de que el principal enemigo de esos valores<br />
no es el laicismo sino el propio capitalismo de mercado, máximo responsable<br />
de esa cultura consumista y hedonista que corroe dichos valores como si fuera ácido.<br />
Han dejado entrar al caballo de Troya y todavía creen que es sólo un regalo.<br />
Por lo que respecta a las alternativas frente al fenómeno de la violencia contra los<br />
padres, difícilmente serán útiles si no atacan al problema en su globalidad, y no nos<br />
referimos sólo a todas las dimensiones que menciona el autor. Todos estamos de<br />
acuerdo en que para construir modelos familiares con una mayor carga de autoridad<br />
es preciso que los padres dejen de ser los eternos ausentes y que para eso debería<br />
cambiar nuestra relación con el trabajo. ¿Estaríamos dispuestos a trabajar menos?<br />
¿Significa eso que aceptaríamos que se puede vivir con menos cosas y que por tanto<br />
no necesitamos matarnos para conseguirlas? ¿Están las empresas dispuestas a asumir<br />
la poderosa limitación a la libertad de mercado que supondría tomarse en serio lo de<br />
la conciliación de la vida laboral y familiar? ¿Es posible otro tipo de familia sin transformar<br />
el sistema?<br />
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