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Informe 12-13. Murcia - Foro Ignacio Ellacuría

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• La reconciliación como conversión moral. De cambio personal, aceptación del<br />

otro y reconocimiento de los propios errores, delitos, etc.<br />

• La reconciliación como restitución de la integridad a las víctimas y un camino<br />

de reconstrucción psicosocial con sus experiencias de sufrimiento y resistencia.<br />

• Reconciliación como hacer cuentas con el pasado por parte de los víctimarios<br />

y responsables de las atrocidades.<br />

• La reconciliación vista como un restablecimiento de la relación víctima-victimario.<br />

(modificado de Van der Merwe, 1998)<br />

Para hacer ese camino se necesita voluntad política por parte de gobiernos y<br />

autoridades. Pero también de la fuerza y coherencia necesarias para superar estereotipos<br />

y actitudes excluyentes entre distintos grupos sociales o fuerzas políticas de<br />

oposición.<br />

En palabras de Ignatieff, reconciliarse significa romper la espiral de la venganza<br />

intergeneracional, sustituir la viciosa espiral descendente de la violencia por la virtuosa<br />

espiral ascendente del respeto mutuo.<br />

2.- El perdón y su dimensión política. José Antonio Zamora<br />

Los gestos de arrepentimiento o solicitud de perdón se han convertido en uno de<br />

los ingredientes normales de la vida política contemporánea. La oferta o demanda<br />

de estos gestos aparece ligada regímenes dictatoriales o genocidas, prácticas colonialistas<br />

por parte de los países desarrollados y, de forma más reciente, al terrorismo.<br />

La distancia entre el protagonismo de dichos gestos y las dificultades para que el<br />

perdón se materialice de forma efectiva nos hace sospechar que estamos ante un<br />

nuevo ritual político de lo que algunos llaman “religión civil” o un simulacro hipócrita<br />

de lo que otros llaman “geopolítica del perdón”.<br />

Junto a este arrepentimiento público asistimos a políticas de autovictimación por<br />

parte de los victimarios, que se presentan a sí mismos como víctimas potenciales aduciendo<br />

que su agresión no fue otra cosa que una defensa. También a una identificación<br />

del arrepentimiento con la derrota, aduciendo que el vencedor ni reconoce culpa<br />

ni pide perdón. Otras reservas tienen que ver con el trasfondo religioso y el carácter<br />

indefectiblemente personal del perdón, que lo harían incompatible con la secularización<br />

de la política moderna y su carácter público.<br />

Llevado a sus últimas consecuencias, el perdón exigiría creer en el restablecimiento<br />

de todo lo perdido y derrotado, en la reparación integral de lo destruido por el<br />

crimen en las víctimas y en los victimarios y en la sanación radical de los sujetos y<br />

de la historia, y esto supone la existencia de un poder trascendente con una capacidad<br />

ilimitada de amor y de reconciliar los contrarios. Por esta razón, los que niegan<br />

un valor político al perdón le atribuyen a éste una capacidad inspiradora excepcional<br />

pero nulo valor regulador del orden social.<br />

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