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El MAESTRO DE IZGREV Capítulo 1º - OMRAAM

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interrumpido por el monótono campanilleo del padrillo atrayendo a la<br />

majada hacia la umbría para descansar. Sobre el sereno manto de las aguas<br />

del lago comenzaban a reflejarse débilmente las luces parpadeantes de las<br />

primeras estrellas, mientras la luna, que parecía emerger tímidamente desde<br />

la hondonada, coronaba el nocturnal paisaje con la magia de su tenue<br />

luminosidad plateada. Entonces, junto al <strong>El</strong>bur, en un improvisado brasero<br />

de piedras, comenzaba a crepitar el fuego de la noche. <strong>El</strong> suave aroma de<br />

resinas que se desprendía de las ramas secas al arder saturaba el ambiente y<br />

penetraba muy hondo, imprimiendo en el alma las sublimes vivencias de<br />

esas horas de encanto y recogimiento que se pasan junto al fuego en la<br />

montaña.<br />

Lejos del campamento, sobre una pequeña ladería protegida por altos<br />

peñascales, se hallaba, solitaria, la carpa del Maestro. Las piedras de cuarzo<br />

y las jaspeadas ágatas multicolores que sus discípulos le ofrendaran para<br />

adornar la entrada de su vivienda, permutaban sus destellos con los de la<br />

luna; juego de luces que podía admirarse a la distancia, desde donde<br />

aguardaban los hermanos. De pronto, otra luz se sumó al juego. Era el<br />

Maestro que con su linterna iluminaba, uno a uno al descender, los setenta<br />

y dos escalones de lajas incrustadas en la escarpada falda para sumarse al<br />

grupo.<br />

Faltaban pocos días para el comienzo del otoño y ya debían dejar la<br />

montaña. Cada uno retornaría a su hogar; el Maestro y el grupo de<br />

discípulos que habitaban en Izgrev volverían a la villa sobre las boscosas<br />

colinas de Sofía, y los extranjeros emprenderían el regreso a la patria.<br />

Como es de suponer, la idea de abandonar la montaña después de haber<br />

pasado en ella una larga temporada plena de alternativas felices y valiosas<br />

experiencias, provocaba en todos cierta sensación de abatimiento y a la vez,<br />

por qué negarlo, preocupación por lo que hallarían al regresar.<br />

Hasta el lejano y solitario retiro había llegado, inevitablemente, el<br />

eco de la situación mundial. La guerra era inminente. Por eso, esa noche<br />

permanecieron todos en silenciosa contemplación, tratando de imprimir en<br />

sus mentes las queridas imágenes que podrían revivir, después, durante las<br />

duras pruebas que habrían de pasar. Y en esas reflexiones sintieron renacer<br />

en ellos la esperanza Y la serenidad; porque si bien desconocía cada uno el<br />

papel que desempeñaría durante el conflicto, cualquiera que fuese,<br />

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