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'<br />

H A C E R S E<br />

V E G E T A R I A N O<br />

Es ahora cuando surgen interrogantes más difíciles. ¿Hasta dónde<br />

deberíamos descender en la escala de la evolución ¿Vamos a comer<br />

pescado ¿Y las gambas ¿Y las ostras Para responder a estas preguntas<br />

tenemos que tener presente el principio central sobre el que se basa<br />

nuestra consideración hacía otros seres. Como dijimos en el primer<br />

capítulo, el único límite legítimo a nuestro respeto por los intereses de<br />

otros seres es aquel punto en el que ya no sea certero decir que el otro ser<br />

tiene intereses. Para que un ser tenga intereses en un sentido estricto, no<br />

metafórico, tiene que ser capaz de sufrir o experimentar placer. Si un ser<br />

sufre, no puede haber ninguna justificación moral para no tener en cuenta<br />

ese sufrimiento, o para negarse a considerarlo del mismo modo que el<br />

sufrimiento similar de cualquier otro ser. Pero también es verdad lo<br />

contrario. Si un ser es incapaz de sufrir, o de disfrutar, no hay nada a tener<br />

en cuenta.<br />

Así, pues, el problema de establecer un límite es el problema de<br />

decidir cuándo estamos justificados para asumir que un ser es incapaz de<br />

sufrir. En mi anterior exposición de las pruebas de que los <strong>animal</strong>es son<br />

capaces de sufrir sugerí dos indicadores de esta capacidad: la conducta<br />

del ser (si se retuerce, emite chillidos, intenta escapar de la fuente de dolor,<br />

etc.) y la similitud que haya entre su sistema nervioso y el nuestro. A<br />

medida que descendemos en la escala evolutiva, y si nos basamos en estos<br />

dos argumentos, percibimos que disminuyen las pruebas de que existe<br />

capacidad de sentir dolor. En cuanto a las aves y los mamíferos, la<br />

evidencia es abrumadora. Los reptiles y los peces poseen sistemas<br />

nerviosos que difieren en algunos aspectos importantes de los de los<br />

mamíferos, pero comparten con ellos la estructura básica de las redes<br />

nerviosas centralizadas. Los peces y los reptiles manifiestan una conducta<br />

de dolor muy parecida a la de los mamíferos. En la mayoría de las<br />

especies hay incluso vocalización, aunque no sea audible para nuestros<br />

oídos. Los peces, por ejemplo, emiten sonidos vibratorios, y los<br />

investigadores han diferenciado distintas «llamadas» que incluyen<br />

sonidos que indican «alarma» y «fastidio» 21 . Los peces también dan<br />

muestras de ansiedad cuando se les saca del agua y se les deja sacudién<br />

dose en una red o en tierra hasta que mueren. Sin duda, que los peces no<br />

chillen ni giman de un modo tal que podamos oírles explica el hecho de<br />

que a personas de buenos sentimientos les pueda resultar agradable pasar<br />

una tarde sentadas a la orilla del agua lanzando anzuelos, mientras los<br />

peces ya cogidos mueren lentamente a su lado.<br />

21. L. y M. Milne, The Senses of Men and Animals, Penguin Books, Middlesex and<br />

Baltimore, 1965, cap. 5.<br />

217

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