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L I B E R A C I Ó N<br />

A N I M A L<br />

podría interpretarse en el sentido de que los chimpancés, los perros y los<br />

cerdos, junto con alguna otra especie, tienen derecho a la vida y que<br />

cometemos una grave transgresión moral si los matamos, aun cuando<br />

sean viejos y sufran y nuestra intención sea acabar con su sufrimiento. Por<br />

otro, se podría considerar este argumento como prueba de que los<br />

retrasados mentales más graves y las personas en estado de demencia<br />

senil sin esperanza no tienen ningún derecho a la vida y que se les puede<br />

dar muerte por razones completamente triviales, como hacemos ahora<br />

con los <strong>animal</strong>es.<br />

Puesto que este libro gira en torno a cuestiones de ética relativas a los<br />

<strong>animal</strong>es y no a la moralidad de la eutanasia, no voy a intentar dar aquí<br />

una solución a este problema 15 . Sin embargo, creo que queda bastante<br />

claro que, aunque las dos posturas que acabamos de describir evitan el<br />

especismo, ninguna es absolutamente satisfactoria. Lo que necesitamos<br />

es una postura intermedia que evite el especismo pero que no convierta<br />

las vidas de los retrasados mentales y de los ancianos con demencia senil<br />

en algo tan despreciable como lo son ahora las de los cerdos y los perros,<br />

ni tampoco hacer de las vidas de cerdos y perros algo tan sacrosanto que<br />

creamos que está mal poner fin a su sufrimiento aunque no tenga remedio.<br />

Lo que tenemos que hacer es ampliar nuestra esfera de inquietud moral<br />

hasta incluir a los <strong>animal</strong>es no humanos, y dejar de tratar sus vidas como<br />

si fuesen algo utilizable para cualquier finalidad trivial que se nos ocurra.<br />

Al mismo tiempo, cuando seamos conscientes de que el hecho de que un<br />

ser pertenezca a nuestra especie no basta para que sea siempre condenable<br />

darle muerte, podremos empezar a replantearnos nuestra política de<br />

preservar las vidas humanas cueste lo que cueste, incluso en los casos en<br />

que no haya expectativas de una vida con sentido ni de una existencia sin<br />

dolores insoportables.<br />

Concluimos, entonces, que rechazar el especismo no implica que<br />

todas las vidas tengan igual valor. Aunque la autoconsciencia, la<br />

capacidad de hacer planes y tener deseos y metas para el futuro o de<br />

mantener relaciones significativas con otros, etc., son irrelevantes para la<br />

cuestión de causar dolor —ya que el dolor es el dolor, sean cuales sean las<br />

otras capacidades que pueda tener el ser aparte de la de sentir dolor—, sí<br />

tienen relevancia cuando se trata de la privación de la vida. No es<br />

arbitrario pensar que la vida de un ser auto-consciente, con capacidad de<br />

pensamiento abstracto, de proyectar su futuro, de complejos actos de<br />

comunicación, etc., es más valiosa<br />

15. Para una discusión general de estos puntos, ver mi Ética práctica (Ariel, Barcelona,<br />

4 1995), y para una discusión más detallada del trato a niños disminuidos, ver de H. Kuhse y<br />

P. Singer, Should the Baby Live, Oxford University Press, Oxford, 1985.<br />

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