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L I B E R A C I Ó N<br />

A N I M A L<br />

pecto a este punto. No podemos evadir la responsabilidad ante nuestra<br />

opción, imitando las acciones de unos seres que son incapaces de hacer<br />

este tipo de elección.<br />

(Ahora, seguro que alguien dirá que he admitido que existe una dife<br />

rencia importante entre los humanos y los otros <strong>animal</strong>es y que por tanto<br />

he descubierto el fallo que hay en mi defensa de la igualdad de todos los<br />

<strong>animal</strong>es. Toda persona a quien se le ocurra esta crítica debería leer con<br />

más cuidado el capítulo 1, y se dará cuenta de que ha malinterpretado la<br />

esencia de la defensa de la igualdad que hice allí. Nunca he sostenido la<br />

absurda idea de que no existan diferencias importantes entre los adultos<br />

humanos normales y otros <strong>animal</strong>es. Mi argumento no es que los anima<br />

les sean capaces de actuar moralmente, sino que el principio moral de la<br />

misma consideración de los intereses se les puede aplicar a ellos tanto<br />

como a los humanos. Que a menudo es adecuado incluir dentro de la<br />

esfera de igual consideración a seres incapaces de hacer elecciones<br />

morales queda implicado en el trato que les damos a los niños pequeños y<br />

a otros humanos que, por una razón u otra, carecen de capacidad mental<br />

para entender la naturaleza de la elección moral. Como podría haber<br />

dicho Bentham, la cuestión no es si pueden o no elegir, sino si pueden<br />

sufrir.)<br />

Quizá el problema sea otro. Como vimos en el capítulo anterior, Lord<br />

Chesterfield utilizó el hecho de que los <strong>animal</strong>es se comen a otros anima<br />

les para argumentar que esto es parte del «orden general de la naturale<br />

za»' 5 . No indicó por qué habríamos de pensar que nuestra naturaleza se<br />

parece más a la del tigre carnívoro que a la del gorila vegetariano o la del<br />

chimpancé, prácticamente vegetariano. Pero aparte de esta objeción, debe<br />

ríamos desconfiar de las apelaciones a la «naturaleza» cuando se trata de<br />

cuestiones de ética. La naturaleza es a menudo «más sabia», pero debe<br />

mos usar nuestro propio juicio para decidir cuándo seguimos la pauta de<br />

la naturaleza. Hasta donde yo sé, la guerra es «natural» para los seres hu<br />

manos —no hay duda de que parece haber sido una gran preocupación de<br />

muchas sociedades, en circunstancias muy diversas y durante un largo<br />

período de la historia—, pero no tengo la intención de hacer una guerra pa<br />

ra asegurarme de que actúo de acuerdo con la naturaleza. Tenemos capaci<br />

dad para razonar sobre lo que es mejor. Deberíamos usar esta capacidad<br />

(y a quien realmente le interese apelar a la «naturaleza» se le puede decir<br />

que nos es natural usarla).<br />

Hay que admitir que la existencia de <strong>animal</strong>es carnívoros plantea un<br />

problema para la ética de la liberación <strong>animal</strong>, y es el de<br />

15. Ver, supra, p. 255.<br />

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