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EL D O M I N I O DEL H O M B R E<br />
tran los juegos con espantosa claridad es que había un límite perfecta<br />
mente definido para estos sentimientos morales. Si un ser se situaba<br />
dentro de este límite, actividades del tipo de las de los juegos habrían sido<br />
una afrenta intolerable; cuando, por el contrario, quedaba fuera del ámbito<br />
de consideración moral, causar sufrimiento era una mera diversión. Algu<br />
nos seres humanos —sobre todo los criminales y los prisioneros milita<br />
res— y todos los <strong>animal</strong>es estaban fuera de esta esfera.<br />
Es en este contexto donde debe analizarse el impacto del cristianismo.<br />
Esta doctrina trajo al mundo romano la idea de la singularidad de la<br />
especie humana, idea que, aunque heredada de la tradición judaica, se vio<br />
reforzada por la importancia que confería a la inmortalidad del alma<br />
humana. El hombre, y sólo el hombre entre todos los seres vivos de la<br />
tierra, estaba destinado a vivir otra vida después de su muerte corporal. Es<br />
así como surgió la idea característicamente cristiana de la santidad de toda<br />
vida humana.<br />
Ha habido religiones, sobre todo en Oriente, que han predicado que<br />
toda vida es sagrada, y muchas otras han considerado como una falta muy<br />
grave el matar a miembros del grupo social, religioso o étnico al que se<br />
pertenece; pero el cristianismo difundió la idea de que toda vida humana<br />
—y sólo la vida humana— es sagrada. Incluso un niño recién nacido y el<br />
feto en el útero tienen almas inmortales, y sus vidas, por tanto, son tan<br />
sagradas como las de los adultos.<br />
En su aplicación a los seres humanos la nueva doctrina era en muchos<br />
aspectos muy progresiva, y supuso una enorme expansión de la limitada<br />
esfera moral de los romanos; en lo que se refiere a otras especies, sin<br />
embargo, esta misma doctrina sirvió para confirmar y rebajar aún más la<br />
despreciable posición a que se había relegado a los no-humanos en el<br />
Antiguo Testamento. Si bien afirmaba el dominio total del hombre sobre<br />
las demás especies, el Antiguo Testamento mostraba, al menos, alguna<br />
sombra de preocupación por sus sufrimientos. El Nuevo Testamento<br />
carece completamente de preceptos contra la crueldad con los <strong>animal</strong>es o<br />
de recomendaciones en el sentido de considerar sus intereses. El mismo<br />
Jesús se mostró indiferente ante el destino de los no-humanos cuando<br />
incitó a 2000 cerdos a arrojarse al mar, acto que aparentemente era<br />
bastante innecesario dado que podía muy bien expulsar a los demonios sin<br />
permitir que poseyeran a ninguna otra criatura 6 . San Pablo insistió en<br />
reinterpretar la antigua Ley Mosaica que prohibía poner bozal al buey que<br />
trilla: «¿Es que a Dios le importan los bueyes», pregunta<br />
6. Marcos 5, 1-13.<br />
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