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ESTADO DE LAS CIUDADES ESTADO DE LAS CIUDADES

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Como lo ha venido señalando de tiempo atrás el<br />

PNUD, en América Latina 1 se han vivido experiencias<br />

controvertidas de desarrollo y democracia. Hemos avanzado<br />

en la consolidación de formas democráticas de diversa<br />

intensidad y en no pocos casos experimentando serios<br />

problemas que amenazan su continuidad; el principal de<br />

ellos, un grave marco de inequidad y pobreza que ha llevado<br />

a muchos a preguntarse si puede subsistir la democracia sin<br />

un goce efectivo de los derechos para su población.<br />

La profunda inequidad del manejo del poder en<br />

la región, lleva a una situación de ilegitimidad que no<br />

solamente corroe las entrañas de la sociedad, sino que<br />

debilita la propia democracia, demandando nuevas acciones<br />

políticas. El papel de las ciudades en un mundo global<br />

en crisis es crucial, en ellas sin mercados y economías<br />

operando no hay armonía ciudadana, pero la economía no<br />

es ni el territorio ni la sociedad. Producida la hecatombe,<br />

la “mano invisible”, reclama a la política, exige al Estado<br />

que intervenga para salvar el mercado, no sólo al financiero,<br />

sino a la totalidad del sistema (González, 2009 p. XV).<br />

No podemos errar el camino. El desarrollo humano en<br />

los territorios, en tanto ampliación de las oportunidades<br />

de las personas, permite que nos aprovechemos de las<br />

bondades del mercado direccionando sus resultados a favor<br />

de los más pobres. La revolución tecnológica que ha roto las<br />

barreras del tiempo y el espacio en la comunicación, no es<br />

un fenómeno reversible. El mundo del mercado como nos<br />

lo recordara recientemente Amartya Sen, “no es tan bueno<br />

como dice la tecnocracia financiera internacional, pero<br />

tampoco es tan malo como afirman sus críticos” (Sen, 2008<br />

p. 22).<br />

Los ciudadanos de acuerdo a muchos sondeos, hacen<br />

valoraciones negativas sobre la capacidad del sistema<br />

democrático para solucionar las crisis económicas. El<br />

deterioro de las condiciones de vida ligado a las altas<br />

tasas de desempleo, empobrecimiento y pérdida de<br />

bienestar así como las inseguridades de todo tipo que se<br />

ven multiplicadas por la crisis, nos llevan a redescubrir<br />

la necesidad de instituciones eficaces que redunden en<br />

certidumbre y disminuyan los costos de transacción dando<br />

estabilidad y cohesión social.<br />

Muchos dudan de que las instituciones puedan<br />

funcionar bien en un mundo globalizado. Somos testigos de<br />

un colapso de la confianza y de un preocupante retroceso<br />

de la democracia como arreglo político, lo que nos ha<br />

llevado a poner el foco en la capacidad de gobernabilidad<br />

de los territorios en un mundo global. Empero, para<br />

despejar dudas, es bueno traer a cuento lo que sostiene<br />

el ex presidente de la república del Brasil, Sr. Fernando<br />

Enrique Cardozo, para quien: “de la misma forma que<br />

la globalización no significó el fin de la historia, la crisis<br />

no significará el fin de la globalización. Puede significar<br />

la transición para una nueva etapa, impulsada por una<br />

interrelación más dinámica entre sociedad y política,<br />

economía y cultura” (Cardoso, 2009, p. 4) . Su curso<br />

dependerá de nosotros, de nuestra autonomía individual y<br />

colectiva.<br />

Desarrollo humano como libertad y democracia<br />

política entendida como gobierno mediante la discusión<br />

para resolver las confrontaciones entre hechos y valores,<br />

son temas recurrentes en nuestros países y pese a sus<br />

dificultades, nos alertan sobre paraísos que se materializan<br />

en infiernos y de ideales que no solo fracasan sino que se<br />

vuelven contra nosotros. El ideal democrático no tiene rival<br />

en América Latina, pero los gobiernos que lo reivindican<br />

están expuestos permanentemente a la confrontación y la<br />

crítica. Este es su modus vivendi.<br />

Históricamente, como sostiene Pierre Rosanvallon, la<br />

democracia se ha manifestado siempre como una promesa<br />

y un problema a la vez. Promesa de un régimen acorde con<br />

las necesidades de la sociedad, fundadas sobre la realización<br />

de un doble imperativo de igualdad y autonomía, problema<br />

de una realidad que a menudo está lejos de haber satisfecho<br />

estos nobles ideales. El proyecto democrático ha quedado<br />

siempre incumplido en la realización plena de los ideales,<br />

pero es el mejor acuerdo societario para resolver nuestros<br />

necesarios e inevitables conflictos: “en cierto sentido, jamás<br />

hemos conocido regímenes plenamente “democráticos”,<br />

en la acepción más rigurosa del término. Las democracias<br />

realmente existentes han quedado inacabadas o incluso<br />

confiscadas, en proporciones muy variables según cada<br />

caso” (Rosanvallon, 2007, p. 22). Justicia y equidad<br />

son valores perseguidos por gobiernos que acceden al<br />

poder en democracia, que por su propia naturaleza, son<br />

creaciones imperfectas: La existencia de las democracias<br />

reales es indisoluble de una tensión y un cuestionamiento<br />

permanentes.<br />

América latina es una región atravesada por diversas<br />

paradojas. Por momentos se cree que se han instalado<br />

gobiernos democráticos al tiempo que, como se señaló, se<br />

mantienen profundas desigualdades con niveles de pobreza<br />

lacerantes pero en muchos casos ocultas, con crecimientos<br />

económicos cíclicos e insuficientes y en unos territorios<br />

donde a pesar de la extensión de la democracia, sus raíces<br />

efectivas por la persistencia de la inequidad, no son solidas<br />

ni profundas: “Sin una comprensión de la política como<br />

fuerza que da vida al desarrollo y a la democracia, es<br />

imposible el logro de las metas que nos hemos propuesto.<br />

Por eso es fundamental revalorizar la política como<br />

creadora de sentido en el marco de un orden social más<br />

justo” (Grynstan, 2008, p. 25).<br />

Podemos decir que se ha cerrado una era, abriéndose<br />

al mismo tiempo una nueva, donde la incertidumbre<br />

estará acompañando las posibilidades del ser humano para<br />

gobernarse autónomamente. Esperemos que se corrijan<br />

drásticamente los poderes desatados por la globalización<br />

financiera en red, causante de la crisis sistémica planetaria<br />

en la cual aún estamos inmersos. Tarea compleja la de los<br />

tiempos presentes caracterizados igualmente por un mundo<br />

que por primera vez en la historia de la humanidad se volvió<br />

urbano y lo hará cada vez más, a ritmos e intensidades de<br />

mayor profundidad.<br />

En efecto, el mundo se urbaniza a ritmos sin<br />

precedentes. En 1900, la población urbana era el 13%<br />

(220 millones). Para 1950, el 29,1% (732 millones). En<br />

el 2005, el 49% de la población vivía en asentamientos<br />

urbanos (3.171 millones) (tabla 1). ONU-HABITAT,<br />

estima que la población en las zonas urbanas aumenta a<br />

razón de 70 millones de personas cada año, lo que equivale<br />

aproximadamente a una nueva ciudad del tamaño de Tokio,<br />

22 <strong>ESTADO</strong> <strong>DE</strong> <strong>LAS</strong> CIUDA<strong>DE</strong>S <strong>DE</strong> AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

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