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0127 - Viento Sur

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fresco en la memoria, aunque sus colores se vuelvan sepia y sus perfiles se arruguen,tal y como sucede con las fotografías antiguas.Como todos los géneros populares –como el terror, la ciencia ficción o el western–,la novela negra es un género fuertemente codificado, cuyas señas de identidadafianzan tanto una estética –generalizaré a riesgo de errar: urbana, violenta,a menudo nocturna, entre despachos acristalados y bajos fondos– como una ética–generalizaré otra vez a riesgo de errar: desconfianza hacia las autoridades, intentosde desvelar las maniobras del poder, solidaridad entre marginales, autodefensa–.No diré nada nuevo si afirmo que desde hace décadas, la novela negra norteamericanase ha visto en la tesitura de mantener un delicado equilibrio: conservaresas señas de identidad conocidas y aceptadas por los lectores, pero a la vez ofreciendoalgo novedoso. Innovar respetando las reglas del juego. Se trata de nodecepcionar a los seguidores, pero sin contar las mismas historias de siempre unay otra vez.Por otro lado, los géneros populares son una cristalización, un testimonio de laépoca a la que pertenecen. Me arriesgaré a decir que la novela negra lo es más.Más dependiente del momento, del aquí y del ahora, que el terror o la ciencia ficción.Mientras que estos dos géneros pueden barajar cuestiones filosóficas o psicológicascomo telón de fondo, el género negro nos habla del presente: cómo seimparte y administra la justicia, qué tipos de delitos se producen en cada contextosocial… Así lo entendieron todos los escritores norteamericanos del género, deDashiell Hammett a Jim Thompson; de Raymond Chandler a Donald Westlake…Mientras que en España, con el reverdecer que supuso la Transición, apareció unaoleada de artesanos –Manuel Vázquez Montalbán, Andreu Martín, JuanMadrid…– que quisieron recordarnos, de forma gráfica y brutal, que la extremaderecha seguía siendo la amenaza en la sombra, que la Transición no era tan modélicacomo decían las versiones oficiales, que todavía España conservaba resabiosdel franquismo.Por todo esto, dar por enterrada la novela negra, como si fuera un fenómenoliterario ya superado y fuertemente vinculado al pasado, nos parece una posturapropia de ingenuos. O de intelectuales melancólicos, por jugar con el título deJordi Gracia. Quizás sea la pereza de ciertos críticos –pocas ganas de cotejar lainformación, ninguna gana de reciclarse, escasa receptividad hacia lo que se haceahora– la que nos lleva a enterrar el cine –sí, según dicen algunos, el cine ha muerto,precisamente ahora, que se ve mucho más cine que nunca, y se accede a materialesaudiovisuales hasta con el teléfono móvil–, la que nos lleva a enterrar lanovela –ahora que, gracias a las nuevas tecnologías, se escribe más que nunca– oa decir, más concretamente, que la novela negra ha muerto –justo cuando arraigaa nivel popular la desconfianza hacia la clase dirigente, cuando florecen las tramasconspirativas y los telediarios no paran de informarnos de asuntos de corrupción–.Aclaremos conceptos: ni muere el cine, ni muere la novela, ni acaba ningúngénero. Simplemente, se transforma nuestra forma de acercarnos a la cultura,VIENTO SUR Número 127/Abril 2013 57

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