Revista-USAC-No.-32
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I<br />
ntenté, un par de veces, escribir sobre la obra de Eny Roland Hernández<br />
desde una perspectiva un tanto más académica, un tanto<br />
más sociológica e impersonal, pero era imposible quedar satisfecha<br />
con el resultado simple y sencillamente porque la misión<br />
del arte, del verdadero, es impactar, es dejarnos pensando en nuestra<br />
propia humanidad a partir del registro que un artista hace de las peripecias<br />
de la vida, de las contradicciones en las que nos vemos sumergidos<br />
al ser esta combinación divina y fatal de cuerpo y mente viviendo<br />
en un espacio cerrado –el mundo– y lleno de reglas –la sociedad–.<br />
La primera vez que vi el trabajo de Eny, fue una foto –que aparece<br />
en esta colección– que llenó de alegría mi alma y que guardo en la memoria<br />
para aquellos momentos en los que la vida necesita una sonrisa.<br />
Era un perro callejero cruzando la calle sobre una alfombra de semana<br />
santa. La gente lo miraba sin rabia, con sonrisas que se adivinaban en<br />
los ojos. Esa humanidad capaz de sonreír me dejó con ganas de conocer<br />
más del trabajo de este fotógrafo que ahora se perfila como uno de los<br />
mejores y que tiene lo que más aprecio en el arte: una voz propia. La<br />
colección de fotografías que aparece en esta revista muestra una visión<br />
más descarnada de la vida, las pasiones y la sensualidad, de la sexualidad<br />
que todos llevamos dentro y que ha sido domada, coartada por lo<br />
religioso –esencialmente–, por la prohibición de ser, cuando es precisamente<br />
la exploración de nosotros mismos y de los otros, lo que nos<br />
lleva a descubrirnos a través de las contradicciones, de los contrastes y<br />
de las semejanzas.<br />
Denise Phé-Funchal<br />
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