Revista-USAC-No.-32
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Luisa González-Reiche: Superar a nuestros padres y sus mitos<br />
que han dado como resultado diversas culturas,<br />
conformadas por creencias, instituciones<br />
y particulares artefactos (encargados<br />
de hacer palpables las ideas construidas por<br />
cada cultura). <strong>No</strong> podemos caer en la idea<br />
de una sucesión lineal de hechos donde lo<br />
que viene siempre supera a lo anterior ni<br />
como un proceso de búsqueda y alcance de<br />
progreso. Cada momento histórico posee<br />
sus propios procesos y retrocesos.<br />
La historia del ser humano ha sido creada,<br />
a su vez, por historias. Según diversas<br />
teorías sobre la evolución del cerebro de la<br />
especie Homo Sapiens, su éxito radica en<br />
su posibilidad de lenguaje ficticio, es decir,<br />
nuestra capacidad de hablar de cosas que no<br />
existen (Harari, 2013).<br />
Esas historias inventadas nos dieron la<br />
posibilidad de colaborar de manera efectiva<br />
y flexible en grupos humanos cada vez mayores.<br />
Son las que definen una meta común:<br />
un mito fundacional, un imaginario colectivo<br />
que rija nuestro comportamiento, nuestra<br />
visión, nuestras decisiones.<br />
Así, una de las historias que más éxito<br />
ha tenido ha sido la de la religión. En<br />
ella se han justificado guerras, jerarquías,<br />
desigualdades que han contribuido a definir<br />
y a redefinir culturas. Con la llegada de la<br />
modernidad, el mito de la religión converge<br />
–y por momentos se pelea– con el mito<br />
del liberalismo y la visión nacionalista, una<br />
nueva historia en la cual se justificarían diferencias,<br />
coacción, manipulación y hasta<br />
crímenes en nombre de la “libertad”.<br />
Al día de hoy algunos grupos insisten<br />
en justificar y defender crímenes de lesa humanidad,<br />
siendo consecuentes con la visión<br />
capitalista contemporánea de que el crecimiento<br />
económico es el bien supremo y que<br />
la justicia, la libertad y la felicidad dependen<br />
de ese crecimiento.<br />
Cuando la economía se ve amenazada<br />
por la historia misma, se vale hasta negarla.<br />
“La praxis subversiva depende de<br />
la intransigencia de la teoría respecto a la<br />
inconsciencia con que la sociedad deja que<br />
el pensamiento se endurezca”, escriben<br />
Horkheimer y Adorno (1947, P. 33). Ese<br />
conjunto de historias han moldeado en cada<br />
cultura un ideario que define la manera en<br />
que la sociedad se concibe a sí misma, a la<br />
naturaleza, a la ciencia, las ideas y el conocimiento.<br />
La teoría del conocimiento, o epistemología,<br />
se va construyendo al lado de las<br />
historias más poderosas, las que rigen a la<br />
sociedad. Estas combinan saberes de la realidad<br />
objetiva con esa realidad subjetiva que<br />
se concibe como buena o necesaria.<br />
Esto implica que los conocimientos o<br />
saberes que la sociedad posee están restringidos<br />
hasta cierto punto. En la mayor parte<br />
de los casos sabremos lo que convenga saber<br />
o lo que el “orden imaginado” (Harari,<br />
2013) por excelencia –el episteme 2 de Foucault–<br />
defina.<br />
Hoy, por ejemplo, alrededor del mundo<br />
muchas publicaciones, programas educativos<br />
e incluso investigaciones científicas<br />
dependen del interés económico que haya<br />
detrás de estas, perdiendo de vista valiosos<br />
conocimientos. En su obra “Verdad y mentira<br />
en sentido extramoral” (1873) Nietzsche<br />
ya había hecho este planteamiento (Pp. 77<br />
– 97). Según él, los conceptos científicos<br />
son cadenas de metáforas ligadas a verdades<br />
aceptadas. Esto significa que hay otros<br />
saberes que se quedan restringidos a una mínima<br />
esfera de la sociedad y cuya influencia<br />
es demasiado débil como para llegar a influir<br />
la narrativa general.<br />
Foucault habla de saberes sometidos<br />
(1975, P. 27) para referirse a aquellos contenidos<br />
históricos presentes “pero enmascarados<br />
en coherencias funcionales o sistematizaciones<br />
formales” y a los saberes<br />
particulares, locales, regionales, diferenciales,<br />
incapaces de unanimidad, opuestos al<br />
saber general, los cuales son siempre descalificados<br />
por el sistema. Ambos tipos de<br />
saberes se mantienen limitados también en<br />
nuestra sociedad.<br />
La memoria se ha mantenido a raya<br />
mientras los “conocimientos” establecidos<br />
se han encargado de hacernos pensar que<br />
poseemos un entendimiento claro de la verdad<br />
y de nosotros mismos cuando en realidad<br />
es todo lo contrario. Abrazamos la<br />
tradición y evitamos el escepticismo a la<br />
vez que desconfiamos de lo nuevo y de lo<br />
que no nos pueda sacar de nuestro estado<br />
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