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Revista-USAC-No.-32

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Relato de Juan B. Juárez<br />

tería de la facultad sino que se llevaban a cabo en las casas de ciertos personajesde<br />

oscura fama de conspiradores, a las que se asistía únicamente con<br />

invitación verbal comunicada con pocas horas de antelación. Así que para<br />

asistir, había que dejar de lado lo que uno estuviera haciendo, así fuera recibiendo<br />

clases, cenando con la familia o haciendo el amor con quien fuera<br />

(aunque en mi caso sólo con Antonio, siempre con Antonio).<br />

***<br />

El primer día de clases del segundo semestre apareció Julio, un nuevo<br />

compañero que el año anterior había abandonado los estudios para atender<br />

asuntos de vida o muerte, según nos confió días después a Antonio y a mí.<br />

Pero ese primer día, se presentó al pleno de la clase y dijo que regresaba a<br />

la facultad con muchas dificultades porque, precisamente por atender asuntos<br />

impostergables, había perdido la bolsa de estudios que le concedieron el año<br />

anterior, y que ahora necesitaba de un empleo urgentemente.<br />

Antonio se solidarizó inmediatamente con él y en el receso de las 7 p.m. lo<br />

invitamos a un café y a un pastel en una cafetería cercana a la facultad. <strong>No</strong>s<br />

contó que al día siguiente tenía una entrevista de trabajo en un colegio, pero<br />

que no tenía ropa para asistir. Antonio le ofreció prestarle su único traje y, al<br />

terminar las clases, se lo llevó a su casa para que lo fuera a traer, y a mí me<br />

mandó sola en el autobús de regreso a la mía.<br />

Julio fue una verdadera revelación, y a los pocos días era el amigo inseparable<br />

de Antonio, a cuya casa se pasó a vivir a la semana siguiente. En<br />

verdad regresaba de México, a donde había huido espectacularmente luego<br />

de haber participado en el secuestro de un embajador alemán y haber estado a<br />

punto de ser capturado por un chivatazo de uno de los conjurados. El equipaje<br />

que portaba era mínimo, quizás un par de mudadas y tal vez tres revólveres<br />

y cuatro escuadras de grueso calibre.<br />

A los pocos días dejó de buscar empleo y una buena noche nos invitó a<br />

cenar a un restaurante argentino de la avenida Reforma. <strong>No</strong>s fuimos en taxi<br />

y el vestía ropa nueva e informal pero insistió en usar una corbata amarilla<br />

que no le hacía ningún favor.<br />

Hizo que nos atendieran bien, pidió la mejor carne y el mejor vino y la<br />

pasamos rebién. A la hora de pagar, sacó de su billetera un manojo demasiado<br />

voluminoso de billetes altos y dejó una generosa propina. Caminando<br />

en busca de un taxi que nos llevara de regreso a casa, nos contó que el día<br />

anterior había asaltado el negocio por el que justamente pasábamos enfrente<br />

y que, por casualidad, había descubierto al traidor que los delató en el asunto<br />

del embajador alemán, y que a la mañana siguiente terminaría de arreglar ese<br />

tema pendiente.<br />

Al otro día, según me contó Antonio, salió muy temprano, mucho antes<br />

de que él se diera levantara, y se fue sigilosamente, y ya no regresó nunca.<br />

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