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CAPÍTULO 12
usted le recuerde su obligación al respecto, para evitar que,
por un descuido momentáneo, lo fuera a revelar”.
»Susurró unas palabras más al oído de su hija, le dio un
beso apurado, y se fue, acompañada por el pálido caballero
de negro. En un instante se habían perdido entre la multitud.
»“En la sala aquí al lado”, dijo Millarca, “hay una ventana
de donde se puede ver la puerta principal. Me gustaría ver a
mamá cuando salga y mandarle un beso con la mano”.
»Asentimos, por supuesto, y la acompañamos a la ventana.
Desde allá vimos una carroza muy bella de estilo antiguo,
con una cantidad de sirvientes y jinetes auxiliares. Observamos
la esbelta figura del caballero de negro quien llevaba en
las manos una capa de terciopelo negro que colocó sobre
los hombros de la señora y sobre su cabeza puso el capuche.
Ella le hizo una pequeña venia y le tocó la mano levemente.
Él se inclinó una y otra vez mientras cerraba la portezuela
del coche que, apenas su pasajera estaba a bordo, arrancó a
andar.
»“Ella ya se fue”, dijo Millarca, con un suspiro.
»“Sí, ya se fue”, repetí yo para mis adentros, mientras, por
primera vez luego de los acelerados momentos que habían
pasado desde que acepté el encargo, reflexionaba sobre la
ligereza con la que yo había actuado.
»“Ni siquiera miró para acá”, dijo Millarca con tristeza.
»“A lo mejor la condesa se había quitado la máscara y no
quiso mostrar la cara”, dije. “Además ella no sabía que tú la
estabas viendo desde la ventana”.
»Ella suspiró y me miró a los ojos. Viéndola tan hermosa
sentí vergüenza por haberme arrepentido, aunque fuera
mentalmente, de ofrecerle mi hospitalidad. Tomé la decisión
de compensarla por mi indudable egoísmo.
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