You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
CAPÍTULO 7
—Bueno, escúchame –empecé–. Y le conté lo que me
había pasado, ante lo cual ella se veía horrorizada.
—¿Y tenías el amuleto cerca? –preguntó, ansiosa.
—No. Lo había dejado caer en un florero de porcelana
que hay en el salón. Pero esta noche sin falta lo voy a llevar
conmigo, ya que tú has puesto tanta fe en él.
A esa distancia en el tiempo, no puedo explicar, ni siquiera
entender, cómo había superado mi temor tanto para poder
acostarme sola en mi alcoba esa noche. Recuerdo cómo
prendí el amuleto con una aguja a mi almohada y caí dormida
casi al instante. Incluso dormí más profundamente que de
costumbre toda la noche.
La noche siguiente, igual. Dormí profundamente, deliciosamente
profundo, y sin soñar nada. Pero me desperté con una
sensación de pereza y melancolía, aunque, por fortuna, no excedía
un grado que se podría definir como de voluptuosidad.
—Bueno, te lo dije –comentó Carmilla, cuando le describí
mi sueño tranquilo–. Yo misma dormí, muy bien anoche.
Prendí el amuleto a mi camisón.
La noche anterior lo había dejado demasiado lejos de mí.
Estoy segura de que todo fue una mera fantasía, salvo por
los sueños. Antes creía que los sueños fueron creados por
los espíritus malignos, pero un médico me dijo una vez que
no existe tal cosa. Se
debe únicamente a una fiebre pasajera, o algún otro mal,
que toca en la puerta e, incapaz de entrar, sigue derecho, dejando
esa alarma.
—Y, ¿en qué consiste el amuleto, crees tú? –le pregunté.
—Ha sido fumigado por alguna droga, o inmerso en una
droga, como podría ser un antídoto contra la malaria –contestó.
—Entonces, ¿solo actúa sobre el cuerpo?
77