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CARMILLA LIBRO FINAL HERNÁNDEZ MORENO

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CARMILLA

Hasta luego. Rece por mí, querido amigo».

Con estas palabras terminó tan extraña carta.

A pesar de no haber visto nunca a Bertha Rheinfeldt, se

me llenaron los ojos de lágrimas al enterarme tan súbitamente

de lo sucedido. Quedé asustada, además de profundamente

desilusionada.

Ahora se había acostado el sol. A la luz del crepúsculo

devolví a mi padre la carta del general.

Era un atardecer suave, de cielo despejado, y nos quedamos

sentados allí especulando sobre la posible significación

de las violentas e incoherentes frases que yo

acababa de leer. Nos faltaba caminar más de un kilómetro

antes de llegar a la carretera que pasa por delante

del castillo, y mientras tanto salió la luna, iluminándolo

todo. En el puente levadizo nos encontramos con madame

Perrodon y mademoiselle De Lafontaine, quienes

habían salido, las cabezas descubiertas, para disfrutar el

exquisito claro de luna. Al acercarnos oímos sus voces

dialogando en animada cháchara. Y nos reunimos con

ellas al pie del puente levadizo para admirar la belleza de

la escena.

Frente a nosotros se distinguía el claro que acabábamos

de atravesar. A nuestra izquierda la estrecha vía

zigzagueaba a la sombra de majestuosos árboles hasta

perderse de vista entre la densidad del bosque.

A la derecha la misma carretera pasa por encima del

alto y pintoresco puente, cerca de una torre en ruinas

que una vez vigilaba el paso. Y más allá del puente se

eleva una montaña empinada, cubierta de árboles.

En la penumbra del bosque se divisan algunas rocas

grises invadidas por la hiedra.

30

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