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CARMILLA LIBRO FINAL HERNÁNDEZ MORENO

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CARMILLA

Pero se le desvaneció la sonrisa cuando el médico, con

cara de solemnidad, le señaló que se acercara.

Mi padre y el médico conversaron durante un buen

rato al lado del mismo ventanal. Se veían muy serios y

agitados. Allá en la biblioteca, que es muy grande, madame

Perrodon y yo quedamos de pie en el extremo más

lejano, muertas de la curiosidad. No podíamos entender

una palabra de la conversación, pues mi padre y el médico

hablaban muy quedo, y el nicho de la ventana prácticamente

los ocultaba. De mi padre apenas se le percibía un

pie, el brazo y el hombro. Y sus voces resultaban aún más

inaudibles debido a una especie de ropero formado por la

gruesa pared.

Había pasado bastante tiempo antes de que mi padre mirara

en nuestra dirección. Se le notaba el rostro pálido. Vi

que estaba pensativo, y me pareció angustiado también.

—Laura, querida, ven acá por un instante. Madame, no la

vamos a molestar más por el momento.

Obedeciendo órdenes, me acerqué hacia donde estaba mi

padre y el médico. Por primera vez me sentí alarmada porque,

aunque estaba muy débil, no creía que estaba enferma.

Y la fuerza es algo que uno puede volver a tener en cualquier

momento. Al menos así pensaba yo.

Mi padre me extendió la mano, pero miraba hacia el médico

y dijo:

—Sin duda es muy extraño. Confieso que no acabo de entenderlo

del todo. Laura, querida, ven acá y oye lo que dice el

doctor Spielsberg. Y mantén la calma. Hablaste de la sensación

de dos agujas que te penetraban la piel cerca del cuello la

noche que tuviste tu primer sueño horrible. ¿Todavía te duele?

—No, papá. Ya no.

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