Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
CARMILLA
social. Durante varias semanas había soñado con la visita del
general y su sobrina, pues ella prometía ser una nueva amiga
para mí.
—¿Entonces cuándo van a venir? –le pregunté.
—No antes del otoño. En un par de meses, me imagino –respondió
mi padre–. Y ahora me pongo feliz de que no hayas conocido
a mademoiselle Rheinfeldt.
—¿Por qué? –le pregunté, mortificada y a la vez curiosa.
—Porque la pobre muchacha ha muerto –respondió–. Se me
olvidó que no te lo había contado, pero tú no estabas conmigo
cuando recibí la carta del general esta tarde.
Quedé aterrada. Seis o siete semanas antes, en una primera carta,
el general había mencionado que la niña no estaba tan bien de
salud como él quisiera, pero nada indicaba ni la remota sospecha de
que existiera un peligro.
—Aquí tienes la carta del general –me dijo papá al entregármela–.
Me temo que el general está hondamente afectado. Me parece
que ha redactado esta carta en un estado lamentable de angustia.
Nos sentamos en una banca rústica a la sombra de unos limeros.
Nos encontrábamos a la orilla del arroyo que corre al lado de
nuestro castillo, debajo del viejo puente de piedra que serpentea,
como ya he dicho, entre una cantidad de nobles árboles. De hecho
la corriente fluía prácticamente a nuestros pies. En el horizonte silvestre
se estaba poniendo el sol con todo su melancólico esplendor,
y en el agua se reflejaba el rojo vivo del cielo que poco a poco se iba
destiñendo.
La carta del general Spielsdorf era tan extraordinaria, tan vehemente,
y en algunos apartes tan contradictoria, que la tuve que leer
dos veces –la segunda vez en voz alta para mi padre– y aun así no
fui capaz de entender bien lo que había pasado, aparte del hecho de
que el general parecía estar casi enloquecido.
28