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CAPÍTULO 15
La ordalIa y la
ejecuciOn
Antes de que el general Spielsdorf hubiera terminado
de hablar, entró por la misma puerta de la capilla,
por donde Carmilla había entrado y salido, un personaje
de la apariencia más rara que yo había visto
jamás en un hombre. Era alto, flaco y encorvado, con hombros
altos y vestido de negro. Su muy arrugado rostro era de
color marrón, y llevaba puesto un sombrero de ala ancha y
forma peculiar. Su pelo, largo y entrecano, le caía sobre los
hombros. Tenía gafas de marco dorado y caminaba lentamente,
arrastrando los pies, mirando por turnos el cielo y el
suelo, con una inamovible sonrisa en los labios. Sus delgadas
manos, que llevaban guantes negros de una talla demasiado
grande, gesticulaban en el aire de la manera más extraña.
—¡Ah, por fin! ¡El hombre que necesitábamos! –exclamó
el general, con evidente júbilo. —Mi querido Barón,
tengo un gran gusto en verlo. No esperaba encontrarlo tan
pronto.
Llamó a mi padre, que ya había terminado su examen de
las lápidas, y lo presentó, de modo muy formal, a este viejo
estrafalario a quien le decía Barón. Luego los tres iniciaron
una conversación muy seria. El extraño caballero sacó del