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CAPÍTULO 14
El viejo general estaba muy agitado. Nosotros no le dijimos
nada. Mi padre se alejó y comenzó a leer las inscripciones
en las lápidas. Entró en la capilla por una puerta lateral y
siguió examinando las tumbas. El general se recostó contra
un muro, enjugó las lágrimas y suspiró pesadamente. Yo sentí
alivio al oír las voces de Carmilla y madame Perrodon, que
en ese momento se acercaban. Pero luego no las escuché
más.
En esta soledad, cuando acababa de oír el extraño relato
relacionado con los aristócratas muertos cuyos monumentos
se desmoronaban entre el polvo y la hiedra a mi alrededor,
pensaba en cómo cada incidente de la historia del general
contenía elementos tan parecidos a mi propio caso misterioso.
Entonces, en aquel lugar de fantasmas, oscurecido por el
alto y denso follaje que nos rodeaba y que trepaba encima de
los silenciosos muros, me oprimió una sensación de horror,
y sentí una tremenda corazonada cuando creí que, después
de todo, mis amigas no iban a entrar para disipar el ambiente
triste y ominoso.
El viejo general se apoyaba ahora con la mano puesta en
la base de un monumento con los ojos fijos en el suelo. Observé
un arco estrecho coronado por una de aquellas grotescas
fantasías esculpidas en piedra típicas de la vieja arquitectura
gótica. Por debajo de ese arco, desde las sombras de la
capilla, emergió Carmilla. Fue para mí un alivio volver a ver
su bella figura y tenerla nuevamente a mi lado.
Estaba yo a punto de levantarme y sonreír en respuesta a
la especialmente encantadora sonrisa de Carmilla, cuando, con
un alarido, el general agarró el hacha del leñador y arremetió
contra ella. En ese instante, al echarse atrás para esquivar
el ataque del viejo, Carmilla se transformó horriblemente. Su
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