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CAPÍTULO 7
Sin saberlo, estaba yo en un estado avanzado de la enfermedad
más rara que un ser mortal podía padecer. En la etapa
de los síntomas tempranos sentía una fascinación irracional
que me reconciliaba con el efecto de incapacidad que el mal
me producía. Esta fascinación aumentó durante un tiempo,
hasta llegar a cierto punto cuando gradualmente un sentido
del horror empezaba a mezclarse con ella, profundizándose,
como se verá, hasta llegar a desfigurar y pervertir completamente
el estado de mi vida.
El primer cambio que experimenté fue bastante agradable.
Sin saberlo, estaba muy cerca del punto de no retorno
desde donde se inicia el descenso al Averno. Ciertas vagas
y extrañas sensaciones me visitaban mientras dormía. La
sensación dominante fue ese peculiar estremecimiento, frío
pero placentero, que le pasa a uno cuando se mete en un río
y nada contra la corriente. Esta sensación fue acompañada
prontamente por interminables sueños tan vagos que nunca
pude recordar cómo era su escenario ni quiénes eran las
personas, ni nada relacionado con la acción. Sin embargo me
dejaban con una impresión espantosa, y la sensación de agotamiento,
como si hubiera transitado por un largo periodo
de esfuerzo mental y de peligro.
Al despertar, después de todos estos sueños, permanecía
el recuerdo de haber estado en un lugar oscuro, y de haber
hablado con personas a quienes no podía ver. Me acordaba,
sobre todo, de una sola voz clara, una voz femenina, muy
profunda, que hablaba desde la distancia, muy despacio, y
que producía siempre la misma sensación de una indescriptible
solemnidad y temor. A veces, también, tuve la sensación
de una mano que me acariciaba la mejilla y el cuello. En
ocasiones fue como si me besaran unos cálidos labios, besos
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