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CAPÍTULO 9
carretera, cruzamos el puente gótico. Viajamos hacia el oeste
con el fin de llegar a la aldea abandonada al pie de las ruinas
del castillo de los Karnstein.
Ningún paseo podría ser más grato. El panorama es una
mezcla de colinas y valles, todo vestido de bosques, sin ese
formalismo que se ve en los bosques plantados artificialmente,
todo podado y bien arreglado.
Las irregularidades del terreno obligan a la vía que cambie
constantemente de ruta, de modo que anda merodeando
al borde de las colinas más empinadas y bajando a las hondonadas
para revelar ante nuestros ojos una variedad inagotable
de paisajes.
A la vuelta de una curva, nos encontramos de improviso
con nuestro viejo amigo, el general Spielsdorf. Venía
cabalgando hacia nosotros, en compañía de un asistente,
igualmente bien montado. Sus maletas venían detrás en una
carreta halada por un caballo.
Cuando el general llegó al lado de nuestro coche, frenamos
y él se apeó para saludarnos. No resultó difícil persuadirle
para que ocupara el asiento vacante en nuestro coche.
Subió, entonces, y con el sirviente, mandó su caballo a nuestro
castillo.
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