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CAPÍTULO 6
por mis votos, ninguna monja más seriamente, y todavía no
puedo contar mi historia. Ni siquiera a ti. Se acerca el momento
en que vas a saberlo todo. Me creerás cruel, y egoísta.
Pero el amor siempre es egoísta. Mientras más ardiente, más
egoísta. No puedes imaginar cómo soy de celosa. Me tienes
que acompañar, y amar, hasta la muerte. O si no, odiarme y
aun así acompañarme hasta la muerte, y más allá de la muerte.
En mi naturaleza aparentemente indolente, no existe la
palabra indiferencia.
—Ahora, Carmilla, comienzas a hablar tus locuras insensatas
otra vez –le dije, un poco molesta.
—Ya no más, tonta que soy, y llena de caprichos y fantasías.
Para ti, solo hablaré como una mujer sabia. ¿Has ido
alguna vez a un baile?
—No. Pero ¡cómo corre tu pensamiento! ¿Cómo es un
baile? Debe de ser encantador.
—Casi ni me acuerdo ya. Eso fue hace muchos años. Me reí.
—Tú no eres tan vieja. No puedes haber olvidado tu primer
baile tan rápido.
—Recuerdo todo... con un esfuerzo. Sí, lo veo todo, como
los buzos en el mar ven lo que está sucediendo por encima
de sus cabezas, a través de un medio, denso, ondulante, pero
transparente. Algo ocurrió aquella noche que confundió el
cuadro, volviendo pálidos sus colores. Por poco fui asesinada
en mi cama. Me hirieron aquí –se tocó el pecho– y nunca
fui la misma después.
—¿Estabas cerca de la muerte?
—Sí. Muy cerca. Fue un amor cruel, un amor extraño,
que me hubiera quitado la vida. El amor demanda sus sacrificios.
Y no hay sacrificio sin sangre.
Bueno, a dormir entonces. Me siento tan perezosa.
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