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CARMILLA
»Ella volvió a ponerse la máscara, y las dos, ella y mi hija,
me persuadieron para que regresáramos a los jardines donde
se reiniciaba el concierto. Salimos, entonces, y caminábamos
por la terraza del castillo frente a la larga fila de altos ventanales.
»Millarca nos trató como si fuéramos amigos íntimos, y
nos entretuvo con animadas descripciones de las importantes
personalidades que observábamos en la terraza, y con
historias sobre ellas.
Le iba queriendo más con cada minuto que pasaba. No
contaba sus chismes con maldad, y para mí resultaron muy
divertidos, ya que me había ausentado durante mucho tiempo
del gran mundo y de los círculos sociales. Pensé en cómo
la llegada de Millarca a nuestro hogar iba a dar nueva vida a
nuestras largas tardes de soledad.
»El baile no terminó antes de que el sol matutino empezara
a asomarse por el horizonte. Al Gran Duque le gustaba
bailar la noche entera, de modo que los invitados, para expresar
su lealtad, no podrían ni pensar en partir e ir a la cama
antes del amanecer.
»Habíamos pasado por un salón atestado de gente, cuando
mi querida niña me preguntó si yo había visto a Millarca.
Yo creía que ella acompañaba a mi niña, y mi niña Bertha
creía que estaba conmigo.
De súbito caímos en la cuenta de que la habíamos perdido.
»En vano la busqué. Se me ocurrió que, en la confusión
de separarse momentáneamente de nosotros, hubiera tomado
a otras personas por sus nuevos amigos y que, en su error,
las hubiera perseguido dentro de los amplios jardines hasta
desorientarse del todo.
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