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CAPÍTULO 4
Sus costumbres -
Un paseo
Les dije que ella me encantaba en casi todo. Pero había
ciertos aspectos que no me gustaban tanto. Voy a comenzar
por describirla.
Era más alta que el promedio de las mujeres, delgada,
y de una maravillosa gracia en su porte. Aparte de que
sus movimientos, que eran lánguidos –muy lánguidos–, no
había nada en su figura que indicara invalidez. Su cutis era
de un brillo muy rico, sus facciones pequeñas y bellamente
formadas, sus ojos grandes, oscuros y lustrosos, sus cabellos,
maravillosos. Nunca había conocido cabellos tan magníficamente
densos, y eran tan largos que le cubrían totalmente los
hombros.
Muchas veces metía las manos debajo de su pelo, y me
reía con asombro al constatar su peso. Al mismo tiempo era
exquisitamente suave y fino, y de un rico color castaño oscuro,
con unos toques dorados. Me fascinaba soltarlo y verlo
caer por su propio peso cuando, en su habitación, ella se
estiraba en su silla y hablaba con su dulce tono de voz semiapagada.
Yo solía doblar su pelo y hacerle trenzas. O explayarlo y
jugar con él. ¡Por Dios! ¡Sí hubiera sabido lo que sé ahora!