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que se movían e inclinaban en los campos, y bajo la sombra fresca y verde de la<br />
parra, bromas y gritos de alegría.<br />
Y ahora, como si un huracán se hubiera llevado los ruidos de la Tierra, no había<br />
nada. Puertas esqueléticas colgaban de los goznes de cuero, y los neumáticos de<br />
los columpios pendían en la tarde apacible. No había nadie en las orillas rocosas<br />
del río, donde antes se reunían las lavanderas, y en los huertos abandonados el<br />
sol calentaba los licores ocultos de las sandías. Las arañas comenzaron a tejer<br />
nuevas telas en las chozas abandonadas, y el polvo entró en motas doradas por<br />
los techos agujereados. Aquí y allá, una débil hoguera, olvidada en las últimas<br />
prisas, crecía de pronto, alimentándose con los huesos secos de una desordenada<br />
cabaña. El ligero crepitar de las llamas se elevaba en el aire tranquilo.<br />
Los hombres seguían sentados en el porche de la ferretería, sin parpadear, con<br />
las gargantas resecas.<br />
-No comprendo por qué se van ahora. Las cosas mejoran, es indudable. Todos los<br />
días tienen nuevos derechos. En fin, ¿qué quieren? Han quitado el impuesto<br />
electoral y hay cada vez más estados que aprueban leyes contra el linchamiento y<br />
la discriminación. ¿Qué más quieren? Ganan casi tanto dinero como los blancos, y<br />
sin embargo se van.<br />
En el extremo de la calle desierta, apareció una bicicleta.<br />
-¡Teece, mira, ahí viene Silly!<br />
La bicicleta se detuvo frente al porche. La montaba un negrito de diecisiete años,<br />
todo brazos y pies y piernas largas, y cabeza redonda de sandía. Miró a Samuel<br />
Téece y sonrió.<br />
-Ah, has vuelto. No tenías la conciencia tranquila -dijo Teece.<br />
-No, señor. Sólo vengo a traerle la bicicleta.<br />
-¿Qué pasó? ¿No cabía en el cohete?<br />
-No es eso, señor.<br />
-¡No me digas lo que es! ¡Fuera de aquí! ¡No permitiré que me robes! -Dio un<br />
empellón al muchacho. La bicicleta cayó-. Métete dentro y empieza a limpiar los<br />
bronces.<br />
-¿Cómo dice? -preguntó Silly abriendo los ojos.<br />
-Ya me oíste. Hay que desembalar unos fusiles y acaba de llegar un cajón de<br />
clavos de Natchez...<br />
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