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CRÓNICAS MARCIANAS RAY BRADBURY

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-¡Voy! -gritó con una servilleta en un brazo.<br />

Se movió con rapidez, sacando de algún sitio unos embutidos y unas rodajas de<br />

pan de la víspera, quitó el polvo de una mesa, se invitó a sí mismo a sentarse, y<br />

comió hasta que tuvo que buscar una droguería donde pidió bicarbonato. El<br />

droguero, el propio Walter Gripp, se lo sirvió en seguida, con una cortesía<br />

asombrosa.<br />

Luego se metió en los jeans todo el dinero que pudo encontrar, cargó un cochecito<br />

de niño con billetes de diez dólares y se fue traqueteando por las calles del<br />

pueblo. Al llegar a los suburbios comprendió que estaba haciendo tonterías. No<br />

necesitaba dinero. Llevó los billetes de diez dólares a donde los había encontrado,<br />

sacó un dólar de su propia billetera -el precio de los sándwiches- lo metió en la<br />

caja registradora, añadiendo como propina una moneda de veintiocho centavos.<br />

Aquella noche disfrutó de un baño turco caliente, un sabroso bistec adornado de<br />

setas delicadas, un jerez seco importado, y fresas con vino. Luego se puso un<br />

traje de franela azul y un sombrero de fieltro que se le balanceaba de un modo<br />

extraño en la cima de la afilada cabeza. Metió una moneda en un fonógrafo<br />

automático, que tocó Aquella mi vieja pandilla, y echó otras veinte monedas en<br />

otros veinte fonógrafos del pueblo. Las calles solitarias y la noche se llenaron de la<br />

música triste de Aquella mi vieja pandilla, mientras alto, delgado y solo, Walter<br />

Gripp se paseaba con las manos frías en los bolsillos acompañado por el leve<br />

crujido de un par de zapatos nuevos.<br />

Pero todo esto había ocurrido la semana anterior. Ahora dormía en una cómoda<br />

casa de la avenida Marte, se levantaba a las nueve, se bañaba y recorría<br />

perezosamente el pueblo en busca de unos huevos con jamón. Todas las<br />

mañanas congelaba una tonelada de carne, verduras y tartas de crema de limón;<br />

cantidad suficiente para diez años, hasta que los cohetes volvieran de la Tierra, si<br />

volvían.<br />

Ahora, esta noche, se paseaba arriba y abajo mirando las hermosas y sonrosadas<br />

mujeres de cera de los coloridos escaparates. Por primera vez comprendió qué<br />

muerto estaba el pueblo. Se sirvió un vaso de cerveza y sollozó en voz baja.<br />

-Bueno -dijo-, estoy realmente solo.<br />

Entró en el Teatro Elite para proyectarse una película y distraer su soledad. En el<br />

teatro vacío y hueco, parecido a una tumba, unos espectros grises y negros se<br />

arrastraron por la vasta pantalla. Estremeciéndose, huyó de aquel lugar<br />

fantasmagórico.<br />

Atravesaba de prisa una calle lateral, ya decidido a volver a casa, cuando de<br />

pronto oyó el campanlleo de un teléfono. Escuchó.<br />

-En una casa está sonando un teléfono -se dijo.<br />

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