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-¿Cómo lo sabes?<br />
-Lo dicen en todas partes. Hace un minuto lo dijo la radio.<br />
Como una hilera de estatuas polvorientas, los hombres se animaron.<br />
Samuel Teece, el propietario de la ferretería, rió nerviosamente.<br />
-Me pregunto qué le habrá pasado a Silly. Lo mandé con mi bicicleta hace ya una<br />
hora. Todavía no ha vuelto de casa de la señora Bordrnan. ¿Creen ustedes que<br />
ese negro tonto se habrá ido a Marte pedaleando?<br />
Los otros gruñeron.<br />
-Mejor será que me devuelva la bicicleta. No digo más, sí, señor. Por Dios, no<br />
permitiré que nadie me robe.<br />
-¡Oigan!<br />
Irritados, los hombres se volvieron, tropezando unos con otros.<br />
Las aguas negras y cálidas descendían desde lo alto de la calle e inundaban el<br />
pueblo, como si se hubiera roto un dique. La marea negra corría entre las<br />
resplandecientes riberas blancas de las casas, entre los silencios de los árboles.<br />
Avanzaba espesamente, como una melaza de verano, sobre la canela polvorienta<br />
del camino; avanzaba lentamente, lentamente, y era hombres y mujeres y caballos<br />
y perros alborotados, y niños y niñas. Y de las bocas de la gente que formaba<br />
aquella marea, salía un sonido de río. Un río de verano que iba a alguna parte,<br />
sonoro e irrevocable. Y en ese caudal sombrío, lento y continuo, que atravesaba el<br />
blanco resplandor del verano, se veían unas vivas pinceladas de un blanco alerta:<br />
los ojos, los ojos de marfil que miraban adelante y a los lados, mientras el río, el<br />
largo e interminable río, entraba en un cauce nuevo. Con innumerables afluentes,<br />
con arroyos de animado color, se había formado una corriente madre que no<br />
dejaba de crecer. Y flotando entre las olas iban las cosas que se llevaba al río:<br />
relojes de pared con ruidosos carillones, relojes de cocina de sonoro tictac,<br />
gallinas enjauladas que protestaban cacareando, y bebés que lloriqueaban, y<br />
nadando entre los espesos remolinos iban mulas y gatos, colchones con los<br />
muelles al aire y las crines revueltas y enloquecidas, y cajas y canastos, y retratos<br />
de oscuros abuelos en marcos de roble... El río pasaba, y los hombres estaban ahí<br />
en el porche, como nerviosos perros de presa -era demasiado tarde para reparar<br />
el dique-, con las manos vacías.<br />
Samuel Téece no quería creerlo.<br />
-¿Cómo diablos van a viajar? ¿Cómo van a llegar a Marte?<br />
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