CRÓNICAS MARCIANAS RAY BRADBURY

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-Tendríamos que enviarle un mensaje a mamá. -Está bien. -¿Crees que estará bien? -No te preocupes. -¿Crees que no le pasará nada? -Claro que no. Vamos a acostarnos. Pero nadie se movió. Llevaron las cenas atrasadas a los prados nocturnos, las sirvieron en mesas plegables, y comieron lentamente hasta las dos de la mañana. El mensaje luminoso de la radio flameó en la Tierra y todos leyeron las luces del código Morse, como una luciérnaga lejana. CONTINENTE AUSTRALIANO ATOMIZADO EN PREMATURA EXPLOSIÓN DEPÓSITO BOMBAS ATÓMICAS. LOS ÁNGELES, LONDRES, BOMBARDEADAS. VUELVAN. VUELVAN. VUELVAN. Se levantaron de las mesas. VUELVAN. VUELVAN. VUELVAN. -¿Has tenido noticias de Ted este año? -Y... ya sabes, con un franqueo de cinco dólares por carta no escribo mucho a mi hermana. VUELVAN. -¿Qué será de Jane? ¿Te acuerdas de mi hermanita Jane? VUELVAN. A las tres, en la helada madrugada, el dueño de la tienda de equipajes alzó los brazos. Calle abajo venía mucha gente. -No he cerrado a propósito. ¿Qué desea, señor? Al amanecer, las maletas habían desaparecido de los estantes. 160
DICIEMBRE DE 2005 Los pueblos silenciosos A orillas del seco mar marciano se alzaba un pequeño pueblo blanco, silencioso y desierto. No había nadie en las calles. Unas luces solitarias brillaban todo el día en los edificios. Las puertas de las tiendas estaban abiertas de par en par, como si la gente hubiera salido rápidamente sin cerrar con llave. Las revistas traídas de la Tierra hacía ya un mes en el cohete plateado, aleteaban al viento, intactas, ennegreciéndose en los estantes de alambre frente a las droguerías. El pueblo estaba muerto; las camas vacías y heladas. Sólo se oía el zumbido de las líneas eléctricas y de las dinamos automáticas, todavía vivas. El agua desbordaba en bañeras olvidadas, corría por habitaciones y porches, y nutría las flores descuidadas de los jardines. En los teatros a oscuras, las gomas de mascar que aún conservaban las marcas de los dientes se endurecían debajo de los asientos. Más allá del pueblo había una pista de cohetes. Allí donde la última nave se había elevado entre llamaradas hacia la Tierra, se podía respirar aún el olor penetrante del suelo calcinado. Si se ponia una moneda en el telescopio y se apuntaba hacia el cielo, quizá pudieran verse las peripecias de la guerra terrestre. Quizá pudiera verse cómo estallaba Nueva York. Quizá pudiera verse la ciudad de Londres, cubierta por una nueva especie de niebla. Quizá pudiera comprenderse, entonces, por qué habían abandonado este pueblecito marciano. La evacuación, ¿había sido muy rápida? Bastaba entrar en una tienda cualquiera y apretar la tecla de la caja registradora. Los cajones asomaban tintineando con monedas brillantes. La guerra terrestre era sin duda algo terrible... Por las desiertas avenidas del pueblo, silbando suavemente y empujando a puntapiés, con profunda atención, una lata vacía, avanzó un hombre alto y flaco. Los ojos le brillaban con una mirada oscura, mansa y solitaria. Movía las manos huesudas dentro de los bolsillos, repletos de monedas nuevas. De vez en cuando tiraba alguna al suelo, riendo entre dientes, y seguía caminando, regando todo con monedas brillantes. Se llamaba Walter Gripp. En las lejanas colinas azules tenía un lavadero de oro y una cabaña, y cada dos semanas bajaba al pueblo y buscaba una mujer callada e inteligente con quien pudiera casarse. Durante varios años había vuelto a la cabaña decepcionado y solo. ¡Y la semana anterior había encontrado el pueblo en este estado! Se había sorprendido tanto que había entrado rápidamente en una tienda de comestibles y había pedido un sándwich triple de carne. 161
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vapores rojos y los hombres lanzaba
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- Bueno, Ylla, ya sabes que detesto
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- He pensado que podríamos salir m
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- Sí, es sólo un paseo - respondi
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¿Hablaría? ¿Gritaría; «¡Entre
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El murmullo y el canto de las voces
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-Sí-dijo. -Y... Sácate el dedo de
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-Me figuro que no podría usted...
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Todos callaron; los marcianos, ojer
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Era mediodía. Cuando llegaron al c
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-Alucinaciones-murmuró aturdidamen
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pálido leviatán marino por las ag
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alejada, para evitar otro desastre.
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odiaba la guerra, y que uniéndose
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-Propongo que rompamos la puerta de
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El capitán casi cayó al suelo com
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El capitán dejó aquel país de hu
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¿Y si los marcianos hubieran sacad
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Wilder y a Cheroke y Hathaway y Sam
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-Nada en absoluto. Así que fui a i
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pidiendo algo más. Cheroke se, qui
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El capitán sonrió vagamente. -Esp
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El capitán miró las colinas que s
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-Gracias -respondió Spender tomand
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-No. A la hora del desayuno, despu
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El capitán se reunió con sus homb
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Le hizo una seña a Spender con la
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-¿Qué haré yo en este mundo? ¿H
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a tierra. Diez billones de diamante
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- ¡Hola! - gritó. - ¡Hola! - con
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