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La mano de Tomás y la mano del marciano se confundieron, como manos de<br />
niebla.<br />
- ¡Dios mío! - gritó Tomás, y soltó la taza.<br />
- ¡En nombre de los Dioses! - dijo el marciano en su propio idioma.<br />
- ¿Viste lo que pasó? - murmuraron ambos, helados por el terror.<br />
El marciano se inclinó para tocar la taza, pero no pudo tocarla.<br />
- ¡Señor! - dijo Tomás.<br />
- Realmente... - comenzó a decir el marciano. Se enderezó, meditó un momento, y<br />
luego sacó un cuchillo de su cinturón.<br />
- ¡Eh! - gritó Tomás.<br />
- Has entendido mal. ¡Tómalo!<br />
El marciano tiró al aire el cuchillo. Tomás juntó las manos. El cuchillo le pasó a<br />
través de la carne. Se inclinó para recogerlo, pero no lo pudo tocar y retrocedió,<br />
estremeciéndose.<br />
Miró luego al marciano que se perfilaba contra el cielo.<br />
- ¡Las estrellas! - dijo.<br />
- ¡Las estrellas! - respondió el marciano mirando a Tomás.<br />
Las estrellas eran blancas y claras más allá del cuerpo del marciano, y lucían<br />
dentro de su carne como centellas incrustadas en la tenue y fosforescente<br />
membrana de un pez gelatinoso; parpadeaban como ojos de color violeta en el<br />
estómago y en el pecho del marciano, y le brillaban como joyas en los brazos.<br />
- ¡Eres transparente! - dijo Tomás.<br />
- ¡Y tú también! - replicó el marciano retrocediendo.<br />
Tomás se tocó el cuerpo, sintió su calor y se tranquilizó. «Yo soy real», pensó.<br />
El marciano se tocó la nariz y los labios.<br />
- Yo tengo carne - murmuró -. Yo estoy vivo.<br />
Tomás miró fijamente al fío.<br />
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