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CRÓNICAS MARCIANAS RAY BRADBURY

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Téece aminoró la marcha y miró por la ventanilla, los ojos amarillos de furia.<br />

-Maldita sea, abuelo, ¿viste lo que han hecho?<br />

-¿Qué? -dijo el viejo mirando el camino.<br />

En bultos cuidadosamente alineados, a lo largo de la carretera, a poca distancia<br />

unos de otros, había unos viejos patines de ruedas, unas chucherías envueltas en<br />

trapos, unos zapatos rotos, una rueda de carro, pilas de pantalones, chaquetas y<br />

sombreros pasados de moda, unos adornos de cristal que en otro tiempo<br />

tintinearon en el viento, unas latas de geranios, bandejas de frutas de cera, cajas<br />

de zapatos con dinero del Sur, tablas de lavar, cuerdas, pastillas de jabón, el<br />

triciclo de alguien, las tijeras de podar de algún otro, un camión de juguete, una<br />

caja de sorpresas, un vidrio deslustrado de la iglesia baptista, viejas ruedas de<br />

automóviles, colchones, almohadones, mecedoras, tarros de cold cream, espejos<br />

de mano. No los habían tirado, no; los habían depositado con cuidado y orden en<br />

el borde polvoriento de la carretera, como si todos los habitantes de una ciudad<br />

hubiesen caminado hasta allí con las manos llenas de cosas, y a la señal de una<br />

enorme trompeta de bronce, lo hubieran dejado todo en el polvo, antes de<br />

elevarse directamente hacia el azul del cielo.<br />

-No querían quemar nada -dijo Téece, furioso-. No, no quisieron quemar sus cosas<br />

como yo dije. Tenían que traerlas y dejarlas en la carretera, para poder verlas<br />

juntas por última vez. Esos negros se creen muy listos.<br />

Téece avanzó kilómetro tras kilómetro evitando los bultos, aplastando paquetes de<br />

papel de periódico, rompiendo cajas, espejos, sillas.<br />

-Aquí, maldición, ¡y aquí!<br />

Un neumático delantero murió con un silbido. El automóvil se desvió de la<br />

carretera y cayó en una zanja, arrojando a Téece contra el parabrisas.<br />

-¡Hijos de perra!<br />

Teece se sacudió el polvo y salió del automóvil, casi llorando de rabia.<br />

Miró la carretera silenciosa y desierta.<br />

-No los alcanzaremos nunca, nunca.<br />

Los paquetes se amontonaban hasta el horizonte, cuidadosamente agrupados,<br />

como reliquias abandonadas al cálido viento de las últimas horas de la tarde.<br />

Téece y el viejo llegaron a la ferretería una hora después, arrastrando las piernas.<br />

Los hombres estaban aún allí, escuchando y examinando el cielo. En el mismo<br />

instante en que Téece se sentaba y se sacaba los zapatos, alguien gritó.<br />

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