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~¿Qué?<br />
Una mano enjoyada se movió en la proa de un brazo azul.<br />
-El arma. Recójala. Guárdela.<br />
Sam, asombrado, la recogió.<br />
-Ahora -dijo la voz- haga girar el barco y regrese al quiosco.<br />
-¿Ahora?<br />
-Ahora -repitió la voz-. No le haremos daño. Usted huyó antes de que pudiéramos<br />
explicárselo. Venga.<br />
Los grandes barcos giraron como vilanos de luna. Las velas aletearon en el viento<br />
con un ruido de aplausos leves, y las máscaras se movieron y brillaron,<br />
encendiendo las sombras.<br />
-¡Elma! -Sam avanzó, tambaleándose por el barco-. Levántate -tartamudeó-.<br />
Regresamos, Elma. No me van a hacer daño, no me van a matar. Levántate,<br />
querida, levántate.<br />
-¿Qué? ¿Qué pasa?<br />
El viento arrastraba otra vez la nave. Elma parpadeó y lentamente, como en un<br />
sueño, se incorporó y se dejó caer en un banco, como un saco de piedras.<br />
La arena se deslió bajo la quilla de bronce. Media hora después los barcos se<br />
detenían en la encrucijada, y todos bajaron a la orilla.<br />
El jefe de los marcianos miró a Sam y a Elma con una máscara de bronce pulido y<br />
ojos que eran sólo agujeros de un insondable y oscuro azul, y del agujero de la<br />
boca le salieron unas palabras que flotaron en el viento.<br />
-Prepare el quiosco -dijo la voz. Una mano enguantada en diamantes se agitó en<br />
el aire-. Prepare la comida, prepare los vinos raros, porque esta noche es la gran<br />
noche.<br />
-¿Quieren decir -le preguntó Sam- que puedo quedarme?<br />
-Sí.<br />
-¿No me odian, entonces?<br />
La máscara era rígida, y tallada y fría y ciega.<br />
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