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El capitán casi cayó al suelo como si lo hubieran golpeado con un arma poderosa.<br />
Echó a caminar rígidamente, con pasos desmañados.<br />
-¿Papá y mamá vivos? ¿Dónde están?<br />
-En la vieja casa de Oak Knoll Avenue.<br />
-¡En la vieja casa! -El capitán miraba fijamente con un deleitado asombro-. ¿Han<br />
oído ustedes, Lustig, Hinkston?<br />
Hinkston se había ido. Había visto su propia casa en el fondo de la calle y corría<br />
hacia ella. Lustig se reía.<br />
-¿Ve usted, capitán, qué les ha ocurrido a los del cohete? No han podido evitarlo.<br />
-Sí, sí. -El capitán cerró los ojos-. Cuando vuelva a mirar habrás desaparecido. -<br />
Parpadeó-. Todavía estás aquí. Oh, Dios, ¡pero qué buen aspecto tienes, Ed!<br />
-Vamos, nos espera el almuerzo. Ya he avisado a mamá.<br />
Lustig dijo:<br />
-Señor, estaré en casa de mis abuelos si me necesita.<br />
-¿Qué? Ah, muy bien, Lustig. Nos veremos más tarde.<br />
Edward tomó de un brazo al capitán.<br />
-Ahí está la casa. ¿La recuerdas?<br />
-¡Claro que la recuerdo! Vamos. A ver quién llega primero al porche.<br />
Corrieron. Los árboles rugieron sobre la cabeza del capitán Black; el suelo rugió<br />
bajo sus pies. Delante de él, en un asombroso sueño real, veía la figura dorada de<br />
Edward Black y la vieja casa, que se precipitaba hacia ellos, con las puertas de<br />
tela de alambre abiertas de par en pan<br />
-¡Te he ganado! -exclamó Edward.<br />
-Soy un hombre viejo -jadeó el capitán- y tú eres joven todavía. Además siempre<br />
me ganabas, me acuerdo muy bien.<br />
En el umbral, mamá, sonrosada, rolliza y alegre. Detrás, papá, con canas<br />
amarillas y la pipa en la mano.<br />
-¡Mamá! ¡Papá!<br />
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