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-Señor Teece...<br />
-Y hay que arreglar una caja de martillos...<br />
-Señor Téece...<br />
Téece lo miró furiosamente.<br />
-¡Todavía estás ahí!<br />
-Señor Téece, si usted me diera permiso para no trabajar hoy.. -dijo el muchacho<br />
como disculpándose.<br />
-Ni tampoco mañana, ni pasado mañana, ni todos los demás días -dijo Téece.<br />
-Temo que así sea, señon<br />
-Haces bien en temerlo. Ven aquí. -Hizo que el muchacho atravesase el porche y<br />
sacó un papel de un escritorio-. ¿Te acuerdas de esto?<br />
-Señor..<br />
-Es tu contrato. Tú mismo lo firmaste. Esta cruz es tuya, ¿no es así? Contesta.<br />
-Yo no firmé eso, señor Teece. Cualquiera puede hacer una cruz.<br />
El muchacho temblaba.<br />
-Escúchame, Silly: «Contrato. Trabajaré con el señor Samuel Téece durante dos<br />
años a partir del quince de julio del año dos mil uno, y si decido irme le avisaré con<br />
cuatro semanas de anticipación y seguiré trabajando hasta que otro ocupe mi<br />
puesto». Ya lo oyes. -Y Téece golpeaba el papel, con los ojos brillantes-. ¿Buscas<br />
dificultades? Bien, llevaremos el asunto a la justicia.<br />
-No puedo, señor -gimió el muchacho, y unas lágrimas le rodaron por la cara-. Si<br />
no voy hoy, no iré nunca.<br />
-Comprendo lo que sientes, Silly. Sí, muchacho, te compadezco. Pero te<br />
trataremos bien y te daremos buena comida, muchacho. Ahora, entras, te pones a<br />
trabajar, y olvidas todas esas tonterías, ¿eh, Silly? Claro que sí.<br />
Téece sonrió con una mueca y palmeó el hombro del negrito.<br />
Silly se volvió y miró a los hombres que estaban sentados en el porche. Apenas<br />
podía ver ahora, cegado por las lágrimas.<br />
-Quizá... Quizás alguno de esos señores...<br />
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