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-Y yo -dijo un tercero.<br />
-¿Qué pretendes, Teece? -Todos los hombres hablaban ahora-. Suéltalo.<br />
-Déjalo ir.<br />
Téece metió la mano en un bolsillo, buscando el arma. Vio las caras de los otros<br />
hombres y sacó la mano vacía.<br />
-¿Conque esas tenemos?<br />
-Así es -dijo uno.<br />
Teece soltó al muchacho.<br />
-Muy bien, vete. -Señaló la trastienda con un movimiento del brazo-. Pero supongo<br />
que no me dejarás tus cachivaches estorbando en mi tienda.<br />
-No, señor.<br />
-Saca todo lo que tienes en esa choza del fondo. Quémalo.<br />
Silly sacudió la cabeza.<br />
-Me llevaré mis cosas.<br />
-No van a permitir que las metas en ese cohete maldito.<br />
-Me las llevaré -insistió el muchacho.<br />
Entró de prisa en la ferretería. Se oyeron los ruidos de una escoba y de unos<br />
trastos que cambiaban de sitio, y un momento después Silly reapareció con las<br />
manos cargadas de trompos y canicas, de viejas cometas polvorientas y otros<br />
tesoros reunidos durante años. El viejo Ford llegó justo entonces frente al porche y<br />
Silly subió y cerró de un golpe la portezuela. Téece estaba de pie en el porche con<br />
una sonrisa amarga.<br />
-¿Qué vas a hacer allá arriba?<br />
-Empezaré de nuevo -contestó Silly---. Tendré mi propia ferretería.<br />
-¡Maldito seas! ¡Aprendiste a hacer el trabajo sólo para escapar y aprovecharte!<br />
-No, señor. Nunca pensé que esto ocurriría algún día. Pero ha ocurrido. Ahora no<br />
puedo olvidar lo que aprendí, señor Teece.<br />
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