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-Un arma -gritó Sam Parkhill.<br />
En un instante se llevó la mano a la cadera, sacó el arma, e hizo fuego contra la<br />
neblina, la ropa de seda y la máscara azul.<br />
La máscara flotó todavía un momento. Luego, como la tienda de un circo pequeño<br />
que ha aflojado las estacas y se va doblando en pliegues sucesivos, las sedas<br />
susurraron, la máscara descendió, y las manos de plata tintinearon en el sendero<br />
de piedra. La máscara descansó sobre un pequeño montón de ropa y de huesos<br />
blancos y silenciosos.<br />
Sam jadeaba.<br />
Elma se inclinó sobre el marciano.<br />
-Esto no es un arma -dijo agachándose y levantando el tubo de bronce~. El<br />
marciano te iba a mostrar un mensaje. Está todo escrito con letras serpentinas,<br />
todas azules. Yo no lo entiendo. ¿Y tú?<br />
-No, esa escritura marciana con figuras nunca fue nada. Tíralo -replicó Sam<br />
mirando alrededor---. Es posible que haya otros. Hay que ocultar el cadáver. Trae<br />
una pala.<br />
-¿Qué vas a hacer?<br />
-Enterrarlo, por supuesto.<br />
-No debías haberlo matado.<br />
-Fue un error. ¡Pronto!<br />
Elma le alcanzó la pala en silencio.<br />
A las ocho, Sam, con rostro preocupado, barría otra vez el frente del quiosco.<br />
Elma estaba de pie en el umbral iluminado cruzada de brazos.<br />
-Lamento lo que pasó -dijo Sam. Miró a Elma y en seguida volvió los ojos-. Fue<br />
sólo la fatalidad, ¿no es cierto?<br />
-Sí -dijo ella.<br />
_Me trastornó verle sacar el arma.<br />
-¿Qué arma?<br />
-Bueno, ¡yo creía que era un arma! Lo siento. Lo siento. ¿Cuántas veces tengo<br />
que decirlo?<br />
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